Ya estamos de vuelta. Ahora que la retina se va acostumbrando de manera paulatina al gris del asfalto y las imágenes vuelven a ser las habituales aunque las recibo con cierta extrañeza, recuerdo con unas gotas de nostalgia, los días pasados en un entorno y en compañías ciertamente diferentes.
Las vacaciones son no tener horario, las prisas se acaban y los pequeños gestos cotidianos retoman su protagonismo. De entre todos, recuerdo con un regusto placentero los despertares: las esbeltas siluetas de las golondrinas y su frenético vuelo; el piar de los gorriones cerca de la ventana muy de mañana cuando los primeros rayos de sol se cuelan sigilosos por las rendijas de la persiana; el divino aroma a azúcar, esencia de anís o de limón de los bollos y pastas de la panadería de Mari Juli y Elías y que, al abrir la ventana, inunda la casa y te echa a la calle porque, el único afán es bajar las escaleras y comprar pan todavía caliente o cualquier tipo de dulce para el desayuno, cada día uno diferente, porque hay variedad: caracolas, tortas de leche, ensaimadas, rosquillas fritas, tortas de chicharrones, magdalenas, herraduras y conchas rellenas de cabello de ángel, galletas maría de nata, ...
Ahora que ya estamos de vuelta y que los sonidos, los olores, las imágenes y las gentes son… las que eran, las de siempre, me digo que las prisas, la merma de horas de luz, el tráfico o cualquier otra excusa no me impidan inventar, rebuscar y disfrutar de momentos también especiales para emular estos otros tan agradables.
Dejémonos sorprender por el otoño.