Roberto Matta |
Hay algunas personas que como Él, están dispuestas a actuar ante cualquier tipo de señal, vaya con ellos o no, puedan con ella o no- molinos de viento, rebaños de ovejas, leones enjaulados, lances caballerescos- ¡hala! allá van ellos a obrar según les dictan sus loables valores. El resultado de estos trances, de estos encuentros, a menudo, se convierte en encontronazos. Pero no importa, nada conseguirá que no prosigan con su empresa, porque, para aliviarles de estas heridas, también elaboran su propio bálsamo de Fierabras.
A veces, el error es de tal envergadura que ayudan a quien no deben – liberan a presos condenados a galeras- que luego, en agradecimiento, los apalean. Ese lance les convierte en perseguidos por la Santa Hermandad, por lo que se ven obligados a refugiarse durante un tiempo en Sierra Morena. ¡Ni en semejante bucólico marco cejan en sus ensoñaciones! y aprovechan el parón para escribir una hermosa carta de amor a su idolatrada Dulcinea.
Durante sus andanzas, se les agrega algún Sancho, de realidad ingenua, sensata y pueblerina y aunque, estos les hacen ver y les avisan de los peligros que conllevan cada una de sus aventuras, poco a poco se va poniendo de manifiesto que también los acompañan para conseguir ser gobernadores de alguna ínsula.
Luego aparecen los que de verdad están preocupados por ellos (el cura, el ama, su sobrina, el bachiller...,), porque ven que sus haciendas están tan descuidadas que les va a sobrevenir una catástrofe. Antes de que esto ocurra, se ponen manos a la obra e inventan un ardid que se ajuste a las fantasías 'del caballero' – La Princesa Micomicona-, quieren hacerles volver a casa y prodigarles cuidados reparadores del cuerpo y del alma. Pero nada les quita la obsesión de seguir buscando 'aventuras' y después de un tiempo de reposo vuelven a salir.
Por el camino, siendo ya famosos, o bien dan con Duques, que con ánimo de mofa, hacen que sus fantasías parezcan reales y aunque ellos sospechan que todo es demasiado 'perfecto' les siguen la corriente, ya que todo es obra de los Encantadores. O bien les salen imitadores – El Quijote de Avellaneda- cosa que les molesta mucho, pero no lo suficiente todavía para frenarse en sus empeños.
Cuando los Sanchos consiguen su Ínsula de Barataria, en nombre de la amistad, nuestros Quijotes les regalan un manojo de excelsos consejos – La libertad Sancho…- y eso que la fama de descentrados la llevan ellos.
Pero semejante desvarío no puede continuar hasta el infinito y todo se precipita hacia un final que llega de la mano de un amigo que, bajo la máscara de Caballero de la Blanca Luna, les derrota en su terreno.
Reconocen que han perdido y aceptan las condiciones de la derrota: volver a casa. El regreso es triste y por mucho que intentan levantarles el ánimo con retirarse a la vida pastoril, la melancolía se ha apoderado de ellos y al llegar exhaustos, enferman.
Los sociólogos que han estudiado esta obra de Cervantes sostienen que, en este país, todos tenemos algo de Quijotes y algo de Sanchos. Cada uno verá en qué proporciones.
2 comentarios:
¿No aprenden por qué sufren de monomanía, ayudar, ayudar, ayudar...? Yo creo que tienen una extraordinaria capacidad para olvidar.
Saludos.
Publicar un comentario