Cuando era pequeña, nos juntábamos los primos en casa de la abuela y , cuando no nos portábamos muy allá, mi abuela nos decía que si no corregíamos nuestra actitud vendría el hombre del saco y nos llevaría al bosque. Este recurso no era muy eficaz porque sólo nos hacia parar las tres primeras veces, después...¡Qué risa!
Cuando te vas haciendo mayor, te das cuenta de que somos nosotros los que nos hemos convertido en el hombre o la mujer del saco y no porque arrastremos un fardo lleno de criaturas castigadas al bosque, sino una mochila, una bandolera o un bolso que todos llevamos con más o menos gracia y que día a día vamos llenando de un montón de cosas, sin darnos cuenta de todo el peso que llevamos sobre nuestras sufridas espaldas y poco a poco, nos vamos acostumbrando a este peso y a las molestias que nos ocasiona. A veces, estas molestias se convierten en persistentes e intentamos aliviarnos con remedios caseros, casi siempre pasajeros que producen un alivio momentáneo; pero el peso sigue allí, la causa no se he modificando. Por las noches, llegamos demasiado tarde y demasiado cansados; por las mañanas, vamos demasiado de prisa para mirar lo que arrastramos, que siempre es lo mismo ya que, aunque cambiemos de bolso, volvemos a poner lo que estaba en el otro, por si acaso.
Tal vez, merezca la pena, ahora que comienza una nueva temporada, hacernos el propósito de revisar nuestros bolsos antes de que sintamos la más leve molestia y no dejar que se vayan llenando de futilidades animadas de ayer y hoy para poder seguir más cómodos en nuestro deambular cotidiano.
1 comentario:
Hay quien, en un alarde de autocastigo, se empeña en llevar bolsos muy pesados y para conseguirlo hasta los llenan de piedras. Buena entrada, de las muy pensadas.
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