Hay algunas personas con las que las divergencias son escasas, con las que hablas y sientes que estás en la misma sintonía, con las que analizar las avatares de cada día es reconfortante porque siempre tienen ese punto medio de equilibrio, esa visión global que, a veces, nos hace falta para sacudirnos a los que siempre se quejan de su suerte, a los pesados y aprovechados de turno que nos molestan y es por todas estas cosas por las que te sientes a gusto con ellas y piensas que ellas también lo están contigo. Así va pasando el tiempo con intercambios mutuos y provechosos. Sin embargo, un día, no sabes muy bien por qué, son estas mismas personas las que dicen o hacen algo que es justo de lo que nos quejábamos de los demás, de lo que siempre nos sorprendía de los otros. Es ese día en el que te das cuenta de que los demás no son los otros, sino los nuestros y es ese día en el que la puerta queda abierta de par en par.
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