Siempre he pensado que la monotonía -tan denostada por algunos- tiene su gracia y que el que los días vayan transcurriendo sin mayores sobresaltos, no es tan malo con lo pintan, pues, entre otras cosas, nos permite dedicarnos a las cosas que nos gustan, a esos pequeños placeres a los que nos consagramos arañando un poco de tiempo al tiempo.
Pero, en ocasiones, sin saber muy bien por qué, ni cómo, las cosas no salen como siempre y de un momento para otro nos encontramos ante una situación que, ni por asomo nos hubiéramos imaginado que nos podía llegar a pasar, pero que sin embargo, nos está pasando y nos vemos metidos de lleno en una vorágine de acontecimientos del todo inesperados. Estas situaciones, unas veces, las podemos encarrilar con facilidad; otras con tesón, confianza y saber hacer; pero… ¡ay de nosotros! cuando llegan esas circunstancias donde nuestro margen de maniobra es tan escaso que nos convierten en meros espectadores-sufridores; porque en esas, si que nada o casi nada podemos hacer, salvo confiar en que todo se resuelva con fortuna para que podamos descansar de nuevo a pierna suelta. ¡Pero qué frágil es la armonía!
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