Este último Día Internacional del Libro, quería haber ido, como todos los años por la tarde, a perderme por las librerías, por las calles, deambular por la ciudad, mezclarme con las gentes que salen a comprar libros pensando en ellas mismas o alguien especial al que quieren agasajar con un rato de lectura; pero el trabajo, ¡siempre el trabajo! casi, casi, me vence. Al final, pude ir, aunque a última hora, un momento por el centro. No iba a comprar nada porque ya había comprado antes, pero me acerqué a las casetas semidesiertas, a penas quedaban libros, ni autores firmando, ni lectores que hicieran cola para conseguir una dedicatoria. Me fijé en los que firmaban todavía. Que los autores son gente normal una ya se lo imagina, a pesar de que en las solapas de los libros, en sus sitios web, en sus twitters, aparecen estupendos -claro, el maquillaje y el fotoshop hacen milagros-, pero a estas alturas de la tarde, a los más esculpidos, el fondo oscuro y las luces mortecinas de las casetas, les hacían casi irreconocibles. Los otros bostezan, hablan alto, no dejan de mirar sus iphones. El pelo, a estas horas, estaba lacio de tantos autógrafos y fotos con gente que se llevaba ese instante. Todos se habían convertido en gentes corrientes. Algún autor conocido quedaba todavía, pero los menos. Los noveles, por el contrario, aguantaban hasta el cierre, a la espera de ese lector rezagado, que con cariño, les contara alguna anécdota entrañable. “Los autores se deben a su público”; oí decir a una autora con una sonrisa, a una señora que se había acercado a saludarla. Y sí, es el público quién les hace alguien.
Hoy, por la calle, me he fijado en las personas con las que me he cruzado y muchas - la mayoría mujeres- iban cargadas con su último libro de la feria. En el autobús, la imagen se repetía, los lectores aprovechaban el trayecto para comenzar su nuevo libro; en general, tenían cara de satisfacción.
¡Feliz lectura a todos!
Hoy, por la calle, me he fijado en las personas con las que me he cruzado y muchas - la mayoría mujeres- iban cargadas con su último libro de la feria. En el autobús, la imagen se repetía, los lectores aprovechaban el trayecto para comenzar su nuevo libro; en general, tenían cara de satisfacción.
¡Feliz lectura a todos!