[…] Pero apenas había acabado de hablar cuando un relámpago pavoroso iluminó la estancia en penumbra, el estrépito horrendo de un trueno los puso en pie y la señora Umney se desmayó.
- ¡Qué clima tan espantoso! –comentó tranquilamente el diplomático norteamericano ( el señor Otis), mientras encendía un largo puro-. Supongo que este viejo país está tan superpoblado que el buen tiempo no alcanza para todos. Siempre he creído que Inglaterra no tiene más salida que la emigración.
- Querido Hiram –exclamó la señora Otis-, ¿qué podemos hacer con una mujer que se desmaya?
- Descuéntaselo del sueldo –replicó el diplomático- verás cómo no se desmaya más.
Oscar Wilde, El fantasma de Canterville.
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