Me han regalado una entrada para un concierto por mi cumpleaños. En esta sala, a menudo, me ocurren anécdotas; tal vez sea porque allí, nos sentimos casi en familia y entre este público tan variopinto de doctos y de profanos pasando por todo tipo de intermedios, las formalidades, que no la corrección, están de más.
Mi entrada correspondía a la butaca 6 y, la 7, la ocupaba una señora mayor, de unos 75 años. Tras los saludos de cortesía, la buena señora, enseguida se puso a hablarme.
Menos mal que se ha puesto una chica a este lado,-me dijo- , este señor de aquí - y señaló a su izquierda-, no habla nada. Sonreí y me fijé un poquito más en esta señora tan afable que tenía en mi lado izquierdo. Era menuda y llevaba el pelo recogido en un moño aplastado que le cubría toda la nuca.
Yo vengo sola porque si no me perdería los conciertos y me encanta la música, vivo aquí cerca, -me confesó. Pues hace usted bien, -le respondí-. Además, -siguió- no dan nada interesante en la tele los sábados por la tarde. Bueno sí, Informe Semanal y poco más. Luego están los concursos que veo todos los días; enumeró un par, (son los mismos que ve mi madre), le dije yo otro y dijo: "Ese también. ¡Ah! tú también los ves". Sonreí de nuevo, porque, en esos horarios, yo trabajo.
Yo vengo sola porque si no me perdería los conciertos y me encanta la música, vivo aquí cerca, -me confesó. Pues hace usted bien, -le respondí-. Además, -siguió- no dan nada interesante en la tele los sábados por la tarde. Bueno sí, Informe Semanal y poco más. Luego están los concursos que veo todos los días; enumeró un par, (son los mismos que ve mi madre), le dije yo otro y dijo: "Ese también. ¡Ah! tú también los ves". Sonreí de nuevo, porque, en esos horarios, yo trabajo.
Una familia con su hijo veinteañero se colocó en los asientos de la fila de delante.
Anunciaron por megafonía que el concierto iba a empezar y que no tenía pausa. ¡Vaya! será corto - afirmó-. Una hora u hora y cuarto -dije yo, y la verdad es que se hizo corto.
Empezó el concierto. Primero actuó un coro femenino de voces prodigiosas. Eran cuarenta chicas, todas vestidas igual, pero muy diferentes físicamente, las había delgaditas, otras rellenitas incluso gorditas. La mayoría con melena bastante larga. Algunas con gafas, otras de pelo rizado u ondulado, casi todas morenas o castañas. Todas atentas a los gestos de la Directora para modular sus voces de acuerdo con las señales que ordenaban. Todas de magníficas voces.
El Coro cautivó al público que las aplaudió a raudales. Todas sonreían.
Entre tanto, yo me había dado cuenta de que mi 'vecina' se movía, estaba un poco inquieta.
El Coro cautivó al público que las aplaudió a raudales. Todas sonreían.
Entre tanto, yo me había dado cuenta de que mi 'vecina' se movía, estaba un poco inquieta.
Luego, los músicos se añadieron al escenario. Apareció el Director, un señor menudo y de cabello lacio que, al ordenar música, se agitaba frenéticamente, al igual que todo su cuerpo y que, al ser visto por detrás y con su levita negra, parecía una marioneta de tanta ductilidad. Cuando uno siente la música, la expresa de singular manera.
Mi compañera ya no pudo más y me susurró al oído:
-"El de adelante no deja de mover la cabeza de un lado para el otro".
- Ese chico es ciego- le dijo yo.
- "¡Y eso qué tiene que ver!" - me contestó molesta. Yo no dije nada, es mejor no contrariar a las personas mayores, pero yo creo que sí que tiene que ver.
Fueron interpretando diferentes movimientos a los que se iban alternando Solos de voces singulares y peculiares de estas jóvenes a cada cual más extraordinaria.
Al poco rato me volvió a decir : " Ves. Mira como no para de moverse". Yo le dije que si quería le cambiaba el sitio. No, -me respondió, ella-, el padre es más alto.
El concierto iba avanzando y, por fin, mi vecina encontró un buen ángulo de visión y disfrutó de la música. Yo, mientras tanto, sin distraerme de lo que escuchaba, iba pensando en aquellas jóvenes y en aquellos músicos y en cuántas horas de estudio, de práctica, de repetición sin descansos. Estos jóvenes tan disciplinados, constantes, responsables, que saben lo que tienen que hacer y lo que no, dependiendo de las órdenes no verbales que les llegan a través de la batuta; los que leen italiano, alemán, y latín para la música sacra que tan abundante es, porque, no hay otra institución como la Iglesia para magnificar sus solemnidades y la música es uno de los componentes que las acompañan.
Luego pensaba también, en que qué ingenio humano es éste tan extraordinario que ha elaborado este código de pentagramas, claves y notas que, ejecutado en maravillosos instrumentos, consiguen deliciosos sonidos que prodigan semejantes complacencias para los sentidos, igualmente gratificantes para cualquier tipo de público y que perdura a lo largo de los siglos sin, a penas, variaciones.
El concierto terminó. La Señora encantadora de mi lado y yo nos despedimos hasta otra ocasión con mucha cordialidad.
La sala se fue quedando vacía.
Las excelsas voces llenaban todavía el eco de la sala.
La sala se fue quedando vacía.
Las excelsas voces llenaban todavía el eco de la sala.
1 comentario:
Este texto va a la perfección con nuestra clase de Literatura y música... a ver si lo llevo como un anónimo, te van a salir fans a raudales.
un besazo! núria
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