Si Lombardero hubiese elegido alguna vez el cuento de Cenicienta, habría empezado mirándolos a los ojos y diciendo que en ese cuento hay una búsqueda, un deseo, un hechizo roto, una vieja malvada, dos jóvenes que se enamoran mientras bailan, una niñez en soledad, un zapato. Y después habría empezado a contar, pero no por el principio, sino por el lugar adonde lo indujera su impulso, el azar o el escándalo de la concurrencia.
De todos modos Lombardero jamás contó «La Cenicienta». Sus cuentos eran otros, distintos, propios. Los chicos suponían que los inventaba. Los grandes, que aspiraban a llamarse suspicaces, se permitían sospechar que eran de algún autor cuya identidad Lombardero voluntariamente les ocultaba.
Eduardo Sacheri, La noche de la Usina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario