Va para un año que estamos aquí
sin avistar aún naufragios,
y somos despacio la fundación de otra selva,
el caldero que acoge lo que dos se descubren,
las palabras rehenes,
el contigo que avanza de mi noche a tu lumbre.
Te he visto a mi lado, rumbo ciego a deshoras,
enmudecer como un pecho.
En redonda unidad
dibujar una infancia
para amarme otra vez
o hasta odiarme despacio.
Este íntimo hambre de saber que aún no duermes,
pero estás a mi lado.
Esta arteria de sombra.
El sanar en lo oscuro la herida del día
con secreta herramienta de voces,
con cruda progenie de manos.
Qué falta de ti en lo callado del cuarto.
Cómo insiste el idioma en lo que nunca se ha escrito.
Hay certezas que calman sin ocupar el espacio,
y calientan los vientres,
y retardan la nieve en la provincia del daño.
Hay una esbelta piedad en la nunca aprendido,
mundos de sol donde ya no amanece.
No muy lejos de ti un hombre respira con casera intemperie.
Su insomnio es amor,
lento oficio y remedio.
Aceptar la pendiente de una luz que se apaga
es su sólo ademán de estar quizá solo.
Y pregunta a su sangre.
Y responde a sus ecos.
Y es un árbol vibrando.
Y al callar se rebela.
Y se sabe memoria
de otras noches en vilo
extrañando en lo hondo (con ojos abiertos)
un contorno templado,
un nocturno calor o lingote de cuerpo.
Y es el más alto don ese estado de alerta,
ese tiempo tan quieto.
Pues quien no conoció la tristeza
ignora que amar no hace ruido.
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