El cielo fue viniendo cada vez más gris cenizo.
El viento se levantó de sorpresiva virulencia como si protestara de tanto calor abrumador.
Las hojas secas resecas trotaban por las aceras. Crujían como sonajeros despistados sin ton ni son. Salían por todas partes y se enredaban en los pies.
Las ráfagas recias arrinconaban
La arena cegaba las miradas y los remolinos llenaban el horizonte de polvo en suspensión.
Y así un rato.
Y la lluvia no llegaba.
Las copas de los árboles se agitaban frenéticas y desvalidas en cualquier dirección.
El cielo seguía opaco.
Hasta que la lluvia, se presentó. Solo suave y breve llegó.
Y después, el calor siguió fuerte, rígido, firme, grueso, pétreo, inclemente...
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