Todo lo que tengo lo llevo conmigo cuenta los años en los que, LEO, rumano de lengua germana, vivió en un campo de trabajo ruso al que fue deportado durante el régimen estalinista.
La novela la forman una serie de unidades narrativas yuxtapuestas, -algunas muy breves-, cohesionadas gracias a varios leitmotivs: frío, trabajos durísimos, penurias, miseria, hambre; sobre todo, hambre, al que Leo incluso personifica: " El ángel se ha metido en el cerebro"; “El ángel del hambre es un ladrón que roba el seso”; "Conoce mis límites y sabe su dirección".
Estos años pasados en condiciones de vida de extremas privaciones tienen efectos destructores para el narrador-protagonista. No solo físicamente, -“El periodo de pielyhuesos”-, sino emocionalmente, -“Nadie conocía mi paradero. Ni siquiera la nostalgia”; “Te abofetean y patean. Por dentro te vuelves terco y triste y por fuera servil y cobarde”- que le condicionarán a su regreso a casa.
Prevalece, en todo el relato, una prosa de una sobriedad heladora, donde no se permiten prácticamente alardes estilísticos. Lo único que puede llamar nuestra atención son algunas intencionadas concesiones tipográficas: palabras que aparecen en mayúsculas, o varias palabras juntas que forman una sola, cepillodedientes, peineagujatijeraespejo, pielyhueso, que recuerdan al Ulises de Joyce. La autora, a pesar de esta parquedad de medios narrativos, consigue transmitirnos de forma natural los pensamientos, sentimientos, emociones y padecimientos del protagonista.
Herta Müller se sirve de la ficción no solo para hacer una crónica de una parte de la historia de Europa de la que se ha hablado muy poco, sino también para hacer una novela de denuncia con la que la escritora, quiere rendir homenaje a los deportados a los campos de trabajo de la antigua URSS después de la II Guerra Mundial.
ATEMSCHAUBEL /TODO LO QUE TENGO LO LLEVO CONMIGO.
Siruela Nuevos Tiempos, Nº 172.
Narrativa. 268 páginas.
Madrid, 2010.
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