Un personaje de ficción se atreve con la siguiente reflexión. La vida se resume tanto por lo que ella nos ha dado como por lo que en ella nos ha faltado o hemos perdido al vivirla.
La vida así entendida es como si fuera una sucesión de trenes que nos van pasando por delante y vamos eligiendo. Subimos a uno. Nos sentimos a gusto. La marcha te permite contemplar el paisaje, el espacio es suficiente, los asientos confortables, los viajeros son atentos y a menudo, se sienta a tu lado alguno que te hace agradable el trayecto.
De vez en cuando, en el propio tren, vas oyendo que hay otros trenes de última generación mucho más rápidos y más cómodos. Empiezas a pensar que, tal vez, merezca la pena apearte en la próxima estación y subirte a uno de ellos, que el tuyo va despacio, que te falta un poco de esa chispa. A pesar de que tienes alguna reticencia, te decides y compras un billete para uno de esos trenes aerodinámicos, brillantes, el último grito de la Alta Velocidad.
Al subir, te das cuenta de que están más llenos y de que, en cada parada, se sube más gente. No pasa mucho tiempo sin que se te acerque sonriendo uno e incluso varios pasajeros y te cuenten de corrido, lo bien que les va y lo felices que están.
- ¡Caray! Me he estado perdiéndo la séptima maravilla -piensas. ¡Qué bien que me he subido yo también! Si hay tanta gente es porque este tren es mucho mejor ¿no?
Al cabo de un tiempo, empiezas a sospechar que, tal vez, no sea oro todo lo que reluzca, y notas además, que tu espacio se está haciendo más pequeño, que hay demasiado vocerío, que casi no puedes ver nada por la ventanilla. Comienzas a echar de menos el ritmo de viaje, los móviles paisajes, la compañía de los discretos viajeros del otro tren.
- Bueno, es fácil, esto se arregla bajándome en la próxima estación, -te dices-. Te vas moviendo hacia la puerta de salida y te das cuenta de lo mucho que te está costando llegar. Tras alguna vicisitud, empujones e incluso malos entendidos, consigues bajarte.
Ya en el andén, el aire fresco te acaricia el rostro ¡Qué bueno!
Y en esta complacencia, ves que algunos viajeros te miran por la ventana como si te recriminaran haber bajado.
-“Te acabas de convertir en un pringao. Nos echarás a faltar"; parece que quieran decir esas miradas.
Esta imagen queda sobreimpresionada en las pupilas unos segundos, los mismos que tarda en pasar un súbito pensamiento:
-Tal vez, me he equivocado. Tendría que haberme quedado un poco más. Total, el ambiente no era tan enrarecido ni sofocante, incluso ha habido momentos agradables, -recuerdas-.
El paso del tren te hace tambalear ligeramente. Su estela desaparece en un abrir y cerrar de ojos. La calma va tomando plaza y te preguntas:
-¿La vida que eligen muchos tiene que ser forzosamente la de todos?
- Evidentemente no. Pues eso.