"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









sábado, 26 de febrero de 2011

UN TREN DE VIDA


Un personaje de ficción se atreve con la siguiente reflexión. La vida se resume tanto por lo que ella nos ha dado como por lo que en ella nos ha faltado o hemos perdido al vivirla.

La vida así entendida es como si fuera una sucesión de trenes que nos van pasando por delante y vamos eligiendo. Subimos a uno. Nos sentimos a gusto. La marcha  te permite contemplar el paisaje, el espacio es suficiente, los asientos confortables, los viajeros son atentos y a menudo, se sienta a tu lado alguno que te hace agradable el trayecto.
De vez en cuando, en el propio tren, vas oyendo que hay otros trenes de última generación mucho más rápidos y más cómodos. Empiezas a pensar que, tal vez, merezca la pena apearte en la próxima estación y subirte a uno de ellos, que el tuyo va despacio, que te falta un poco de esa chispa. A pesar de que tienes alguna reticencia, te decides y compras un billete para uno de esos trenes aerodinámicos, brillantes, el último grito de la Alta Velocidad.

Al subir, te das cuenta de que están más llenos y de que, en cada parada, se sube más gente. No pasa mucho tiempo sin que se te acerque sonriendo uno e incluso varios pasajeros y te cuenten de corrido, lo bien que les va y lo felices que están.
- ¡Caray!  Me he estado perdiéndo la séptima maravilla -piensas. ¡Qué bien que me  he subido yo también! Si hay tanta gente es porque  este tren es mucho mejor ¿no?

Al cabo de un tiempo, empiezas a sospechar que, tal vez, no sea oro todo lo que reluzca, y notas además, que tu espacio se está haciendo más pequeño, que hay demasiado vocerío, que casi no puedes ver nada por la ventanilla. Comienzas a echar de menos  el ritmo de viaje, los  móviles paisajes, la compañía  de los discretos viajeros del otro tren.

- Bueno, es fácil, esto se arregla bajándome en la próxima estación, -te dices-. Te vas moviendo hacia la puerta de salida y te das cuenta de lo mucho que te está costando llegar. Tras alguna vicisitud, empujones e incluso malos entendidos, consigues bajarte.

Ya en el andén, el aire fresco te acaricia el rostro ¡Qué bueno!

Y en esta complacencia, ves que algunos viajeros te miran por la ventana como si te recriminaran haber bajado.
 -“Te acabas de convertir en un pringao. Nos echarás a faltar"; parece que quieran decir esas miradas.

Esta imagen queda sobreimpresionada en las pupilas unos segundos, los mismos que tarda en pasar un súbito pensamiento:
-Tal vez, me he equivocado. Tendría que haberme quedado un poco más. Total, el ambiente  no era tan enrarecido ni sofocante, incluso ha habido momentos agradables, -recuerdas-.

El paso del tren te hace tambalear ligeramente. Su estela desaparece en un abrir y cerrar de ojos. La calma va tomando plaza y te preguntas:
-¿La vida que eligen muchos tiene que ser forzosamente la de todos?
- Evidentemente no. Pues eso.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay gente que se siente cómoda dentro de la manada, o del rebaño, independientemente de hacia dónde pueda dirigirse éste. Desde luego la libertad que se toman algunos de tomar decisiones sobre su propia vida les produce una incomodidad que es mejor rechazar para no tener que pensar. En estos casos, hasta un tren de última generación puede ser un borreguero que lleva a un matadero... ¿Mal de muchos...?