A las doce de la mañana, la sala no está muy concurrida, sólo una mamá con su hija pequeña y yo. Después de un tiempo, salen. Me quedo sola. Prosigo la visita del medio centenar de grabados del escultor sobre figuras femeninas o de madres con sus hijos, principalmente.
En un momento dado, veo al responsable de la exposición encaminarse, con paso decidido, hacia la puerta de entrada que está a mi espalda. Se dirige a una persona que acaba de entrar en voz alta:
- No está permitido entrar animales a la exposición.
- Pero, éste no es un animal cualquiera -le responde un hombre con gafas, bastante alto y tocado con un sombrero de ala ancha del que penden varias cintas de colores-, éste es el Cordero de Dios -le contesta.
Bajo la mirada y me encuentro, ¡Oh Dios!, un corderito blanco salpicado de motas amarronadas, que camina, a sus anchas, encantado con el repiqueteo de sus pequeñas pezuñas sobre la tarima de la sala. Mira a todos los lados.
El hombre del sombrero se dirige hacia mí para mostrarme una foto que tiene enrollada en forma de papiro y me dice:
- Sólo había uno bueno y lo mataron.
Miro la foto. Representa a Jesucristo.
- Lo siento, pero…
No puedo terminar la frase, el responsable de la sala se interpone entre nosotros y le dice, cordialmente, que tiene que salir. Lo acompaña hasta la puerta. El hombre del sombrero y del corderito se hace ligeramente el remolón.
Se quedan hablando en el umbral de la puerta de entrada. De refilón, oigo algún comentario devoto más y algo sobre turismo rural de no sé qué provincia. El responsable de la sala aguanta con cortesía la alocución, que se prolonga unos minutos. Se despide, cierra la puerta y me comenta:
- Mira que me han pasado cosas en las exposiciones, pero ¡cómo ésta…! ¡Me han metido a un corderito en la exposición!
Reímos de buena gana los dos.
- Sí, sí, ¡qué gracia! ¡Un corderito de visita en una sala de exposiciones!
- Es todo un personaje, este hombre. Entre lo que cuenta y el corderito… - me dice.
De nuevo, risas afectuosas. Me despido y salgo. Me voy con una sonrisa en los labios.
Quién hubiera dicho a Henry Moore que un vivaracho corderito visitaría una de sus exposiciones. Sus modelos, en vivo, toman protagonismo.
Obra gráfica original.
Sala de exposiciones de la Iglesia de las Francesas.
Valladolid. Del 29 de junio al 21 de agosto.
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