Antonio López |
Despierta el día. Allá, a lo lejos, la bruma matinal envuelve los pinos de las suaves lomas. Acá, el sol despunta con sus rayos amapola. Poco a poco, la bruma se convierte en densa niebla y se esparce. Resulta imposible adivinar la apuesta silueta de la torre de Santa María que se yergue frente a mi ventana. El día se ha vuelto gris.
Los rayos se muestran fluctuantes ante la porosa pantalla.Va pasando la mañana. El sol, que no se rinde, acaba imponiendo la fuerza que todavía le resta del verano y de esta vaporosa lidia brota resplandeciente para dedicarnos una fabulosa tarde de paseo.
Los rayos se muestran fluctuantes ante la porosa pantalla.Va pasando la mañana. El sol, que no se rinde, acaba imponiendo la fuerza que todavía le resta del verano y de esta vaporosa lidia brota resplandeciente para dedicarnos una fabulosa tarde de paseo.
Los parques se llenan de niños y padres, los paseos de paseantes, el Canal de viajeros, deportistas y caballistas,… Estas ganas de creernos aún en verano se contagian. Nadie quiere perderse estos generosos y caldeados rayos que doran los membrillos, que nos ayudan a presumir que quedan aún lejanas las tardes transitadas al amor de la lumbre.
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