Todo lo que vive no vive solo, no para sí mismo. William Blake.
Tal vez sea hoy cuando la nueva estación haya decido mostrarse. No hay apenas luz, parece más pronto de lo que en realidad es. Los tonos matinales se hacen extraños: está muy nublado. Las nubes se van cerrando si cabe aún un poco más. No se tarda en oír el repique de las gotas en los cristales. El otoño se presenta esta mañana con lluvias generosas. Ya no hay prisa para nada, el ritmo lo marca el sonido del crecido pero sosegado aguacero. El trajín de sábado por la mañana se aplaca. La casa se ha despertado lacia. La flor del Lis del jarrón está mustia, aunque todavía conserva su color.
El sonido de la lluvia me reclama los sutiles acordes de la música de G. Fauré que me traen a la memoria el “concierto d’amis” de Miguel Ángel Estrella, pianista excepcional y embajador argentino ante la UNESCO que no cesa en su afán de acercar la música clásica a las clases sociales más desfavorecidas. De aquella tarde, recuerdo la delicadeza de las piezas elegidas y la afabilidad del intérprete que, desde el cercano escenario, preguntaba a los espectadores conocidos por amigos comunes y también que, después de cada pieza, contaba una anécdota que tenía que ver con algún concierto que había dado en algún pueblecito perdido de la Pampa, del Llano o de la Montaña. Se recreaba en los detalles como lo hacen las personas que saben que es ahí, en los sencillos detalles donde la vida y el hombre se manifiestan, donde los hombres y sus vidas nos sorprenden y se hacen perdurables.
Durante los afanes de esta parda mañana de inicio de otoño, la música de ensueño, de rebeldía, de amor y muerte… de paz de Fauré se ha reuniendo con la perseverante lluvia.
3 comentarios:
Miguel Ángel Estrella y Fauré, ¡que buena mezcla! :)
Bueno, el CD que tengo de Fauré no lo interpreta Miguel Ángel Estrella, pero Fauré me hace recordar siempre aquel concierto.
Saludos.
Realmente las entradas que cuelgas en el blog son preciosas.^^Bisous.
Publicar un comentario