"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









jueves, 10 de septiembre de 2015

SENDAS MATUTINAS II


Los paseos por el Canal tienen siempre sus encantos. El paisaje es uno ellos, los sonidos, el juego de luces y sombras, los maizales, los campos de girasoles y la gente, son los otros. El canal es, a ciertas horas, el boulevard por el que paseamos en mi pueblo, por allí, me encuentro con mucha gente y, a veces, te llevas sorpresas y coincides con los amigos a los que hacía tiempo que no veías porque, amigos son también aquellos que llegan a casa de más jóvenes en compañía de tu hermano, por ejemplo y se acaban quedando en la familia para siempre. Una mañana, ya de vuelta, me encontré con uno de ellos. 
-Que gracia encontrarte por aquí- le dije-. -Paseo mucho, pero casi nunca vengo por el canal, hay muchas mujeres. Prefiero Castilviejo, los Pinos o la Parva del río, a veces, llego hasta Villanueva -me contestó-. -¡Caray! Esas sí que son buenas caminatas- respondí. Nos despedimos, él tenía que seguir y yo que acabar.
A los pocos días, nos volvimos a encontrar y siguió hablando de sus recorridos; al final, quedamos una mañana para ir juntos al Pago de las Valdecuevas, a ver el olivar. Sí, aunque parezca mentira, desde hace un tiempo, en mi pueblo hay olivos, que producen aceites muy refinados.


Fue estupendo para mí ir por el Camino de los pinos, hacía tanto tiempo que no pasaba por allí que casi me había olvidado de la ligera subida que hay hasta arriba y de la bonita panorámica de Medina desde este lugar.
Caminamos a buen ritmo mientras me aclaraba los parentescos del pueblo que yo desconocía, me señalaba las tierras que eran de su familia, así como el tejar que había a la orilla del camino, al que le mandaban algunos veranos, ‘castigado’ por la notas. Una manera de recuperación del curso, que me pareció, que no le desagradaba del todo. Allí ayudaba a su abuelo y a su tío, aunque las tejas no han sido lo suyo y se ha dedicado a otra cosa más notable.
También me mostró donde está la fuente de San Buenaventura, de la que yo no me acordaba y que fue el primer monumento del pueblo que recuerda la batalla del Moclín contra las tropas de Napoleón.
Y así, nos fuimos acercando a la cima y, poco a poco, el paisaje fue cambiando. Ya no había pinos ni cipreses, sino olivos,tantos que cubren el Páramo, tantos que la vista se te cansa antes de llegar al final de las rectas hileras de olivar. Arriba del todo, está la almazara quieta en esta época del año, pero azotada por un viento recio. No sé en qué momento -creo que cuando saqué algunas fotos- perdí la gorra. Imposible de recuperarla, las ráfagas de viento que también sacudían las ramas de los olivos, la debieron llevar lejos o al remanso.
Antes de volver, nos acercamos a los olivos. Casi todos ya tenían pequeñas aceitunas verdes, que se destacaban poco del color de las hojas de las ramas. L. me explicó cómo las recogen y el olor que desprenden.



Fuimos bajando. La vista del pueblo desde lo alto es estupenda y aun, sin distraerme demasiado de la estampa de las torres de las iglesias ni de los tejados rojos de las casas, me daba cuenta de que, en las pisadas del camino, iban quedando marcados desvelos y tribulaciones de este almirante que ve como cada uno de los barcos de su escuadra, navega con su viento fresco  y que él, sin embargo, lo tiene de cara y sin  el resguardo de cala alguna, por lo que es de entender que hasta a él, que es un hombre tranquilo, le apetezca dejarse llevar por el canto de las sirenas, pero que como Ulises, no se mueve de cubierta.

Llegamos ya al pueblo y antes de atravesar el puente del río, me señaló dos nogales inmensos, de los que se pueden ir a buscar alguna nuez, sin molestia del propietario y las huertas de la parva del Sequillo. 

Eran ya casi las doce cuando terminó esta agradable caminata de verano y esta nueva lección de campo y de Medina. 



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