Durante esta estación, he vuelto a leer libros un poco gordos y como leo despacio, tardo, por lo que los títulos no son muchos.
El primero que leí, fue un volumen de Anagrama que recoge los Cuentos de uno de mis autores preferidos, Antonio Tabucchi. La primera vez que leí a Tabucchi fue aquel año que tuve una semana de vacaciones en invierno y bajé a Medina (2011). Esa semana fue maravillosa por dos razones. La primera porque hizo buen tiempo para ser invierno y, aunque el paisaje del Canal me resultó un poco triste porque los chopos habían perdido sus hojas y las hierbas del camino de sirga estaban grisáceas por los rigores de las heladas; pude pasear por El Canal al sol del mediodía. La segunda por la fortuna con la que elegí los libros de la biblioteca que leí esos días. Entre ellos estaba El tiempo envejece deprisa, que me cautivo, por lo que, Antonio Tabucchi pasó a formar parte de mi lista de escritores a los que se les tiene respeto y admiración. Este volumen que he leído ahora, y que compré hace tres o cuatro años por Navidad, lo componen los siguientes volúmenes de relatos: El juego del revés, Dama de Porto Prim, Pequeños equívocos sin importancia, El ángel negro y El tiempo envejece deprisa. Cada uno de ellos lo forman varios cuentos y no sabría decir cuál de todos ellos es el que más me ha gustado.
En uno de estos cuentos, nombra con entusiasmo a Suave es la noche de F. Scott Fitzgerald y pensé que era buena excusa para leerlo porque hace bastantes años que lo tengo y ahí estaba. Como es un clásico, le pregunté a Àlex si lo había leído y su respuesta me sorprendió, ya que me dijo que no tenía tiempo para leer una historia sobre ricos americanos, que no tenía nada que ver con ellos. No dije nada, claro está, pero pensé que tampoco tenemos nada que ver con los mineros de Germinal de Zola y, sin embargo, lo leemos. Cuando lo terminé comprendí por qué a Tabucchi le gustaba y por qué Suave es la noche es novela para ser leída.
Después, empecé El infinito en un junco de Irene Vallejo. Cuando oí hablar de él por primera vez en la radio, me encantó el título y me lo compré. Lo dejé varios meses en la estantería del salón porque tenía previstas otras lecturas, hasta que, en Navidades, volvieron a hablar de él porque ha ido recogiendo un montón de premios y me dije que no era posible que, teniéndolo en casa, no lo leyera. Júlia lo estaba leyendo también y me decía que le estaba gustando. Este es un libro para volver a leer. Me pasó lo mismo con La Boussole de Mathias Enard. El infinito en un junco es una maravilla.
El siguiente libro fue Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud de Luis Sepúlveda. He procurado comprar los nuevos títulos de Sepúlveda, pero ahora sabía que había perdido las últimas publicaciones y miré en Internet a ver qué títulos me faltaban. Me llevé un disgusto muy grande porque Luis Sepúlveda, que vivía aquí, en España, en Oviedo, ha muerto en abril a causa del Covid. Es tremendo, perder su prosa y sus fábulas.
También he leído un relato juvenil: Asesinato en la Biblioteca Nacional de Luisa Villar Liébana.
Y esto es todo lo que he leído en invierno. Mis estanterías esperan todavía que siga leyendo sus muchos libros. Me faltan tantos que había pensado seguir con los grandes clásicos, pero ya me he decidido por un autor recientemente premiado. Pero esto, esto ya es Primavera.
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