"Si el Quijote fuese tan solo una sátira y parodia de los libros de caballerías, no pasaría de ser una obra de circunstancias, cuyo interés y éxito hubieran caducado en cuanto los libros de caballerías dejaron de publicarse y de leerse. Lo extraordinario es que el Quijote ha sido y es leído por millones de personas en todo el mundo que no saben ni siguiera el tipo de literatura que representaron los libros de caballerías, lo que manifiesta la genialidad de un escritor que, partiendo de una circunstancia pasajera, nos legó uno de los libros más humanos que jamás se han escrito. Don Quijote, loco y disparatado, se adueña muy pronto de nosotros y nos avasalla con su simpatía, su nobleza y su bondad, de tal manera que lo que acabamos viendo en él no es a un pobre chiflado sino a un hombre honrado e íntegro empeñado en ver lo hermoso y lo ideal tras la maldad y fealdad.
Roberto Matta |
Los contemporáneos de Cervantes advirtieron con claridad que el Quijote era ante todo un libro de entretenimiento, de ahí que lo saludaran con carcajadas y lo convirtieran en tema de disfraces y mascaradas destinadas a la diversión general. Sin embargo, conviene recordar que el Quijote contiene excelentes lecciones morales tanto para los fantasiosos como para los materialistas, y que desde el romanticismo empezó a identificarse un poso de tristeza en el fondo de la novela. Y es que los fracasos del hidalgo manchego, sus choques con la realidad e incluso las palizas que recibe, que hasta entonces provocaban la risa, empezaron a suscitar pena y compasión, pues tales reveses parecían un símbolo de cómo la verdad, la honradez y la bondad se ven humilladas y escarnecidas en nuestro mundo. Esta concepción del Quijote, que ha llegado hasta nosotros y de la que el lector moderno no consigue despegarse, convierte la novela en una obra agridulce, hasta tal punto que podríamos afirmar que quien no se ríe leyendo el Quijote lo entiende tan poco como quien no se entristece al leer las desventuras de su protagonista".
Martín de Riquer.