Estos días atrás que he salido al campo, he tenido la impresión de que algo había diferente, de que algo había cambiado y eso que a simple vista, todo seguía con la misma aparente quietud: los árboles y arbustos siguen conservando desnudas sus ramas, la hierba y las hojas cenicientas cubren el suelo.
Quizás, esa sensación se deba a que la niebla se levanta antes del mediodía, a que la luz es más brillante, a que los días son más largos e incluso ligeramente más templados…
Sin embargo hoy, en un gesto espontáneo, he levantado la vista y por encima de las tapias de adobe de la Huerta de Miranda, mis ojos han tropezado con una deliciosa imagen porque, es ahora que el frío no se ha acabado de ir, cuando se convierten en los soberanos del paisaje, en intrépidos pioneros que desafían las últimas recias heladas de marzo. El rosa pálido de sus flores, que se sujetan delicadamente a las delgadas ramas, contrasta de manera extraordinaria con los deslustrados colores invernales.
¡Las ramas de los almendros que se asoman por las tapias de la Huerta de Miranda están en flor!
Algo está cambiando.
La naturaleza se despierta.
¡La primavera se está anunciando!
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