Hay personas que tiran sus cosas con facilidad, mudan enseguida todo lo que ya no usan sin mayor problema. A mí, sin embargo, me cuesta deshacerme de las cosas y en vez de tirarlas, las recojo. De esto me he ido dando cuenta todos estos días que tengo la casa alborotá. Al principio, me molestaba haber ido guardando tantas cosas: ¡¿Para qué tanto?! – me preguntaba- al ir viendo la cantidad de cachivaches acaparados de los más variopintos lugares o los más sorprendentes regalos que acumulaba el mobiliario de mi casa. Todos se habían ido adueñando del espacio que estaba abigarrado y deseoso de airearse, y al ir abriendo las puertas de los muebles, al ir vaciando las estanterías, casi sin darme cuenta, lo que han ido apareciendo han sido pedazos de mi pasado. Cada faena me ha transportado a momentos que han ido formando los días vividos, muchos de ellos llenos de curiosidades y de anécdotas, algunas de ellas hoy, se me antojan peregrinas, muchas entrañables, otras frías y distantes.
Con la ropa me ha pasado lo mismo. - Esto es por las rebajas - renegaba-, acabas comprando lo que todavía no necesitas.- Así que he encontrado prendas que ni recordaba que las tenía porque hacía varias temporadas que ya no me las ponía, y que tampoco había tirado, pero sí retirado. Al verlas de nuevo, me ha sobrevenido un cierto regusto nostálgico; era como que estuvieran allí para recordarme tiempos de más brillo o que las había llevado bien a gusto y lo bien que me sentía con ellas. Tal vez, hayan sido esas las razones las que, de una manera inconsciente, me hayan hecho conservarlas para no perder para siempre la magia de esos atractivos instantes y para que los reviva en estos momentos.
También ha sido curioso como varias de estas prendas, las que parecían más frágiles y delicadas, han soportado la más desalmada de las coladas; otras, incluso aquellas que parecían más sólidas y fuertes, no han podido resistir un lavado a 60 grados y las he tenido que tirar sin pena ni gloria como algunos recuerdos que sobrevenían.
De los cajones, fundas o cajas han ido emanando soplos de fragancias frescas y limpias junto a vahos de naftalina que musitaban que era tiempo ya de aventarlos. A la vez, se me han ido representado anhelos, sueños pretéritos que, unas veces, fueron imposibles porque no estaban en consonancia con mis posibilidades; otras sencillamente porque los avatares del día a día me hicieron olvidarlos y al haberlos relegado los condené irremediablemente a ser irrealizables. De entre los realizados, los hay que perdieron pronto su esponjosidad, los que quedan son los que me hacen levantar todos los días para continuarlos y si cabe, afinarlos.
De esta manera un tanto abrupta, durante estas semanas me he reencontrado con fragmentos de mi vida, algunos de los cuales son anteriores a los años que llevo en esta casa; ¡es que ya tengo unos años, es que ya tengo una historia!.
Y mientras escribo estas líneas, me vienen a la memoria las palabras del poeta:
I
...
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
II
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por passado.
Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
por tal manera.
COPLAS DE DON JORGE MANRIQUE POR LA MUERTE DE SU PADRE.
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