"Desea que cuanto sucede, suceda conforme sucede y serás feliz". Epicteto .
Últimamente, estoy viajando algo más de lo que estaba
acostumbrada a hacer y paso ratos en el aeropuerto. Siempre he creído que los
aeropuertos son mundos aparte y que la mezcolanza de gentes, de mil y una
procedencia y con mil y un destino al que llegar, hace de ellos un hábitat con
un equilibro especial, a pesar del trajín de equipajes y personas. Todo el
mundo va a un sitio y luego vuelve, como se puede leer en los propios billetes: Ida el 10 de octubre,
vuelta el 17 de octubre. Sin embargo,
ahora pienso, cada vez con más frecuencia que, en realidad, mis billetes no están siendo de ida, sino que
son de vuelta; siempre voy a donde ya he ido antes, por lo tanto, vuelvo y
luego retorno otra vez. Esto me gusta. Volver a encontrar los paisajes, las ciudades y sus gentes, los amigos y
la comida que me hacen feliz, me cautiva
porque nunca se presentan idénticos, como por arte de magia. A pesar de todo,
preparar de nuevo la maleta, me empieza a dar una brizna de pereza y más en esta época en la que no sabes por dónde te
va a salir el tiempo, sobre todo, si te vas más al noroeste. Es por eso por lo
que la maleta se llena, entonces, de los más variopintos “por si acasos” con lo
que acabas sin dejar sitio para los desconciertos; para los descubrimientos,
las sorpresas y las casualidades; para la providencia, la suerte y la fortuna.
El regreso se vuelve revelador: no has podido llenar de Gracia tu valija porque no había sitio para ella; al irte, se te olvidó dejar libre el compartimento de “Mis sueños”; como si no recordaras que, a veces, uno vive lo que sueña.
El regreso se vuelve revelador: no has podido llenar de Gracia tu valija porque no había sitio para ella; al irte, se te olvidó dejar libre el compartimento de “Mis sueños”; como si no recordaras que, a veces, uno vive lo que sueña.