¿Cuántas veces habré pasado por el Puente Mayor a lo largo de mi vida? No puedo decirlo con exactitud, pero muchas y, después de este verano, aún más porque dos veces por semana, a eso de las cuatro de la tarde, lo cruzaba para acercarme al centro. Pero a esas horas, el paso era vivo ya que ni la frescura de las abundantes aguas llegaba a esa altura, por lo que corría el riesgo de que, si me paraba, la solana me aplanara, allí en medio.
Siempre lo atravesaba por el lado derecho y, con admiración, miraba a las gentes sofritas al sol en la playa porque, en verano, el Pisuerga es a Valladolid, lo que La Seine es a París, en las dos ciudades hay playa.
El último día, sin embargo, pasé a las nueve de la mañana. Una mañana de esas que se siente el justo fresco de las mañanas de verano y como ya no había prisa, me paré un momento, casi a la entra del puente, a mirar el río, sus aguas verdes y los brillos que reflejan los rayos mañaneros en la superficie. Todavía no había bañistas, pero sí deportistas haciendo footing y piragüistas entrenando.
No me acodé a la barandilla, estuve de pie en el pretil.¿Para qué agaché la vista un momento? No sé, no lo recuerdo. Pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que, en el murete de piedra de la entrada del Puente Mayor, había una placa de mármol blanquecino que a penas se destacaba de los sillares de piedra del Puente y que yo no había visto jamás. Me llamó la atención lo que ponía y me puse a copiar sus versos. Los conductores que esperan verde en el semáforo y salían de la ciudad hacia el norte, miraban con curiosidad.
La placa dice más o menos así:
El último día, sin embargo, pasé a las nueve de la mañana. Una mañana de esas que se siente el justo fresco de las mañanas de verano y como ya no había prisa, me paré un momento, casi a la entra del puente, a mirar el río, sus aguas verdes y los brillos que reflejan los rayos mañaneros en la superficie. Todavía no había bañistas, pero sí deportistas haciendo footing y piragüistas entrenando.
No me acodé a la barandilla, estuve de pie en el pretil.¿Para qué agaché la vista un momento? No sé, no lo recuerdo. Pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que, en el murete de piedra de la entrada del Puente Mayor, había una placa de mármol blanquecino que a penas se destacaba de los sillares de piedra del Puente y que yo no había visto jamás. Me llamó la atención lo que ponía y me puse a copiar sus versos. Los conductores que esperan verde en el semáforo y salían de la ciudad hacia el norte, miraban con curiosidad.
La placa dice más o menos así:
“Bolved el presuroso pensamiento
a las riberas del Pisuerga bellas,
Veréis que aumenta este rico cuento
claros ingenios con quien se honran ellas.
Ellas no solo, sino el firmamento,
do lucen las clarificas estrellas,
honrarse puede bien quando consigo
tenga allà los varones que aquí digo.
La Galatea. Canto de Calíope, Libro VI, Miguel de Cervantes. 23 – IV- 1973.
Así, me acuerdo de que
La última ocasión en la que Cervantes llegó a Valladolid fue en junio de 1604, al poco de haber publicado la primera parte de El Quijote. Su casa estaba cerca del Hospital de la Resurrección y del matadero – a los que no logro situar- que le sirvieron de marco para El coloquio de los perros-. Y será durante esta estancia en Valladolid, cuando le empezaron a llegar los primeros elogios por El Quijote, pero que, sin embargo, no va a poder saborear con gusto, porque va ir de nuevo a la cárcel acusado, esta vez, de intentar dar muerte, en la puerta de su casa, al caballero navarro Gaspar de Ezpeleta; cuando en realidad lo que le había dado a este caballero, fue auxilio porque había recibido una estocada en un ajuste de cuentas, como así ‘se demostraría’ después.
Su estancia en Valladolid, de todos modos, no fue muy larga, porque en octubre de 1605, decide dejar la ciudad para, de nuevo, seguir a la Corte que se va a trasladar definitivamente a Madrid.
Estas son las cosas que se descubren una mañana de final verano de pasada por El viejo puente de piedra, con la mirada puesta en el caudaloso río y el oído afinado en la cadencia de sus aguas… y lo que dan de recordar.
Estas son las cosas que se descubren una mañana de final verano de pasada por El viejo puente de piedra, con la mirada puesta en el caudaloso río y el oído afinado en la cadencia de sus aguas… y lo que dan de recordar.
3 comentarios:
Me gusta leer este tipo de curiosidades históricas. Aquí te dejo una imagen para ilustrar tus palabras.Luci.
Luc, muchas gracias. Me alegra que te haya gustado el post.
Saludos
¡Hola! Covadonga, Me ha gustado mucho la anécdota Cervantina. Ya me gustaría a mí, pasear por Valladolid. Algún día sera.Besos.
José Luis USA.
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