"Y que en las nubes iba un pavo real..." Gabriela Mistral .
Hay tiendas que todavía
guardan su alma. En esta época de globalización, donde todo es lo mismo; donde das dos pasos y tres tiendas son de la
misma firma y donde todas las tiendas de esa misma firma tienen la misma
fachada, la misma entrada, la misma distribución, los mismos escaparates con
iguales maniquíes con los mismos gestos y las mismas prendas; no se hace muy ameno deambular por el centro. Sin
embargo, de vez en cuando, también te encuentras con escaparates que te hacen
parar para mirar un ratito lo que allí
se exhibe. Y no me estoy refiriendo a lo que está expuesto para comprarlo, que
ya es bonito de por sí, sino a lo que lo acompaña: a la esmerada disposición de los otros elementos que nos susurran lo que, en algún momento, pasó por la
imaginación del escaparatista y que tratan de contarnos una historia.
Este es el caso de la
casa Loewe que, en sus escaparates de esta temporada, acompaña a sus excelentes y delicadas
piezas de marroquinería, unos pavos reales de plumas de intensos colores, casi
de tamaño natural, diría yo.
Encontrar estos escaparates adornados con estos
animales, me ha parecido muy llamativo o, si se quiere, de ciertas notas de
extravagancia; pero estos pavos reales de Loewe me han hecho pararme y dedicarles un ratito a contemplarlos, al mismo tiempo que recordaba los pavos reales de El Campo Grande que,
cuando lo cruzo en verano, los sigo con la
vista, con la esperanza de ver abiertas sus majestuosas colas.
Pero ahora no es verano,
y tal vez por esta razón, me he acordado de mis inviernos de universitaria
cuando tomaba este mismo camino, la allée central de El Campo Grande, para ir a
coger el autobús, que me llevaba de regreso a casa. Generalmente, lo cruzaba
bastante deprisa y casi todos los días, especialmente los días soleados de
invierno, a eso de la una, me encontraba con Miguel Delibes que, protegido por
su visera, su anorak y su bufanda a cuadros, paseaba por los senderos del
parque y se dejaba untar por los rayos de sol que atravesaban el entramado de
los regios árboles de este jardín de corte romántico. La primera vez que lo vi,
no me podía creer que fuera él; creí que lo estaba confundiendo porque, en esos
momentos, era un señor más, un señor como cualquier otro de los que paseaban en
aquellas horas; pero enseguida, me di
cuenta de que sí era Delibes quien pasaba tan cerca de mí.
Alguna vez, pensé pedirle
un autógrafo; pero nunca lo hice. Nunca
me decidí a hacer que se parara e interrumpiera su habitual paseo. Nunca
me decidí a perder el autobús y tener que quedarme toda la tarde en la capi.
Nunca puede dejar de considerarme pequeña a su lado. Sin embargo, todos los
días lo buscaba y me alegraba verlo aparecer solo y con paso decidido, por el
mismo sendero de la izquierda.
Después, se acabó la
universidad - de todo esto hace algunos años- y ya no volví a pasar por allí a esa misma
hora en mucho tiempo pero, a menudo, cuando cruzo de
nuevo, El Campo Grande, recuerdo a Miguel Delibes paseando por su ciudad y por
el Parque, aunque sé que es imposible volver a encontrarlo.
Y esta se ha convertido en una más de las
tantas pequeñas historias que guarda El Campo Grande, y es que, estos viejos árboles siguen cobijando a gentes
de Pucela de todas las ‘alturas’ y sus
pavos reales lo festejan, abriendo sus colas multicolores ante el asombro sin
rutina de paseantes y transeúntes.
Miguel Delibes
(Valladolid, 17 de octubre 1920 - 12 de marzo 2010.)
2 comentarios:
Qué bonita historia !!!! Rosa10
Muchas gracias Rosa y hasta pronto.
Saludos.
Publicar un comentario