"Julio caliente, quema al más valiente"
Estamos a 13 de julio, y es el primer día de
casi verano. Hoy, sí que ha hecho calor, aunque no ese calor que te aplana la cabeza propio del mes de julio.
Durante estos días, nadie creía que estuviéramos
en verano. Hacía frío, especialmente por
las mañanas y luego por las tardes, siempre un viento más que fresco. Pero a esto, estamos más o menos
acostumbrados por aquí, sobre todo, a finales de agosto porque ya se sabe: “Agosto, frío
al rostro” y que no se te olvide la chaqueta
que no estorba; pero en julio…, nadie se podía imaginar semejante frío, aunque las gentes ya no dan mayor importancia al tiempo cargan el jersey y ya está resuelto..., lo único por los niños que no pueden disfrutar de la piscina.
El día más singular de
este particular no-verano, fue el día 4 de julio. La víspera, el Señor del
tiempo de la Tele anunció que, por fin, al día siguiente, subían las temperaturas después de estos días de
fuertes tormentas y granizos. Yo me lo creí, hasta que, por la mañana, levanté la persiana y me despabiló lo que veía: una niebla, de
un sorprendente espesor, se había
engullido todo el paisaje. Las casas de
enfrente y la torre de Santa María habían desaparecido del horizonte. Era como una alborada de noviembre de suelos
mojados y tejados rociados.
Hasta bien entrada la mañana, la gasa grisácea, que había difuminado todas las siluetas situadas a más de 10 metros, no comenzó a desperezarse y poco a poco, el sol empezó a brillar. La tarde fue, como dice el dicho, “de paseo”, pero fresco y como llevamos ropas más ligeras, el frío se hace notar fuera y también dentro de las casas, en las camas, la manta no sobraba, incluso resultaba agradable.
Hasta bien entrada la mañana, la gasa grisácea, que había difuminado todas las siluetas situadas a más de 10 metros, no comenzó a desperezarse y poco a poco, el sol empezó a brillar. La tarde fue, como dice el dicho, “de paseo”, pero fresco y como llevamos ropas más ligeras, el frío se hace notar fuera y también dentro de las casas, en las camas, la manta no sobraba, incluso resultaba agradable.
El fin de semana resultó
desigual. El domingo, al atardecer, se despidió con una tromba de agua de una
fuerza tal, que se llevó por delante todo lo que pilló que, apareció luego en los remansos. ¡Qué pena ver, en el patio, los largos tallos de los malvarriales llenos de flores partidos en dos, las rosas sin pétalos, los lirios tumbados por la fuerza del aguacero! En las huertas, fue peor.
Y a pesar de lo anunciado, siguió el fresco matinal,
por ser amable, porque hubo ocho grados, durante todos estos días.
Sin embargo,
las hojas de todos los arbustos, madreselvas, setos y árboles del jardín que
hay frente a mi casa lucían un esmeralda charolado, brillante, que daba
gusto verlas, por no decir también, que el aire pesa poco, que huele más limpio.
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