Lo que tiene apariencia de
corriente, en ocasiones, es extraordinario:
El que tres chicas con
situaciones personales muy diferentes lleguen a encontrar un hueco para poder
ir juntas al teatro y no una vez, sino dos, es una auténtica proeza, proeza que pudo hacerse realidad gracias a que la acompañaron amables
gestos:
El que a la más ágil con las
tecnologías, se le ocurra crear un grupo de whatsapp: “Un mundo nos espera” con
una foto de la que sólo ella entiende su
porqué, ayuda.
El que a las tres nos gusta charlar un poco tomando un montadito antes
de la función para ponernos al día de lo
acontecido después de la última vez, motiva.
El que a las tres nos guste el
teatro, aunque no tengamos exactamente los
mismos gustos, cautiva.
Pues bien esto ocurrió, en primer lugar, con Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores,(1935) de Federico García Lorca, en la que esta tragedia lorquiana plantea de nuevo la desdicha vital de una mujer. Rosita cree, de muy buena fe, en la palabra dada por su novio, su primo, de que volverá de Argentina para casarse. Ella lo espera entusiasmada y va realizando todos los reparativos con mucha ilusión. Van pasando los años pero él no regresa, su primo no cumple su promesa, y sin embargo, Rosita sigue acerrándose a la idea de que volverá, y no se decide a poner remedio a su soltería, a lo que el futuro le reserva: la soledad de una mujer soltera y sus múltiples complicaciones, al no aceptar a otros pretendientes.
El juego del amor y del azar
presenta a Silvia, una joven cuyo padre ha concertado su matrimonio con el hijo
de unos amigos. En aquella época en la que las jóvenes poco o nada tenían que
decir de la decisión tomada por sus padres sobre con quién se casaban, Marivaux hace gala de una sensibilidad hacia este tipo de asuntos al dar un toque de modernidad a la obra y retratar a Orgon como un padre muy considerado, que accede a la petición de su
hija Silvia de hacerse pasar por la criada para observar y así conocer mejor a
su pretendiente, Dorante, que pasará unos días de visita en su casa. La
situación se irá enredando poco a poco
hasta presentar situaciones muy cómicas, sobre todo y fiel al género, con las
intervenciones de los criados de ambos pretendientes y porque lo que no sabe Silvia es
que Dorante ha tenido la misma idea.
Sobre Doña Rosita, me había dicho una compañera de trabajo que le
parecía que le faltaba un poco de fuerza dramática, lo que me sorprendió
porque, si algo tienen las tragedias de Lorca, es precisamente fuerza dramática
y sin embargo, tenía razón; no sé cómo el director escatimó empeño en hacer surgir esta peculiaridad tan propia del teatro
de Lorca.
En El juego del amor y del azar
ocurrió lo contrario. El director resaltó todo lo mejor de esta pieza de Marivaux,
metiendo al público en el embrollo, a pesar de que si lo comparamos con las comedias de
enredo del Siglo de Oro, Marivaux optó por un desenlace más largo, tal vez un poco demasiado largo.
2 comentarios:
Gracias Covadonda!
Por el blog, por tus comentarios sobre las tres "chicas", y porque sé que muy pronto volveremos a encontrar ese hueco para vernos y disfrutar juntas de nuestras veladas teatrales.
Un abarazo y hasta muy muy pronto
núria
Un placer.
Grosses bises.
Covadonga
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