Son ya seis temporadas que Le coin des archives existe. Es una cifra interesante. Siempre recordaré aquel mes de junio de 2010 cuando me decidí a abrir este blog, este sencillo y amable espacio que tantas alegrías me sigue dando. Sí, alegrías y no solo porque cordialmente las personas que se pasan por aquí, tienen la enorme cortesía de dejarme un comentario, sino porque me mantiene las ganas de escribir sobre lo que veo que casi siempre no es lo mismo, aunque lo parece.
Y por eso, escribo que sigo disfrutando de los deliciosos aromas de la panadería de Elías que me despiertan bien temprano. La fragancia de vainillas, azúcares, canelas y mantequilla se cuela por la ventana entreabierta y ya no vale dormir. El aire azucarado, denso, casi sólido de los primeros instantes de mis días estivales me devuelve, poco a poco, a casa, a su ritmo amable. Luego le sigue el ritual matutino: sacar la cabeza por la ventana y respirar profundamente hasta que mis pulmones se llenan de estas ricas golosinas o de hierba humedecida mientras me sorprende las diferentes tonalidades gualdas o encarnadas del renacido sol y los rayos que lo acompañan.
Igualmente ocurre con mis paseos matinales que siguen siendo por el mismo sitio. Continuo yendo por el Canal porque me encanta y porque puedo encontrarme con mis amigos y conocidos, saludarlos, escucharlos, acompañarnos. Hay días en los que me adelanto un poco y advierto otras compañías: las de las golondrinas que planean sobre la superficie del agua una y otra vez, hasta solo mojarse su pecho blanquecino y a las que acompasan los cantos de los pájaros, auténticos recitales polifónicos....Lastima que yo no identifico más que el de los gorriones, cucos y jilgueros.
Los días que hace viento, la melodía la ponen las hojas de la espesa arboleda que se agitan como sonajeros ante el aire fresco y, la tersa superficie del agua del canal muda a pequeñas crestas rugosas que chocan contra las orillas.
Este año, no he visto la nutria que cruzaba tan tranquila el camino de sirga hasta el agua, pero he visto otras extrañezas, como los conejos que se refugiaban entre los matorrales a todo meter y, más adelante, en el claro que deja ver las tierras ya cosechadas y empacadas, un zorro reciente y juguetón que se entretenía en dar vueltas a una paca de paja en busca de su presa. Su cola se tornasolaba al encontrarse con los rayos ya con más bríos.
La línea de chopos transversales dirije la mirada, casi sin darte cuenta, hasta el sencillo campanario de la iglesia de Villanueva de San Mancio y, un poco más al este, hasta la torre del homenaje del castillo de Belmonte. Detrás, las peladas cumbres de las colinas, siguen imperturbablemente regias.
A estas alturas del año, mientras que las tierras de secano ya descansan; el horizonte se vuelve a llenar de colorido gracias al verde de los maizales linderos al Canal y al amarillo de los girasoles. El ciclo vital sigue y mi blog con él.
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