Pablo Picasso, Retrato de Dora Maar, 1937. Musée national Picasso-Paris. © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2018.
Francis Picabia, Habia II, ca. 1938 y ca. 1945. Ursula Hauser Collection, Suiza. © Francis Picabia, VEGAP, Madrid, 2018
La muestra hace un recorrido por la historia del arte desde la aparición del cubismo hacia 1910, pasando por el dadaísmo en 1915 –del que Picabia es sin duda uno de sus protagonistas-, sin olvidar los años 1925-1928, cuando ambos artistas comparten el gusto por lo que hemos querido denominar “clasicismo monstruoso”. Finaliza con una selección de sus últimos lienzos: si Picasso vuelve incansablemente a la figura humana hasta su muerte en 1973, Picabia, cuya carrera se detiene en 1953, reduce el acto de pintar a sutiles monocromos salpicados por puntos.
Compuesta por más de 150 piezas (pinturas y artes gráficas) y documentos de archivo (revistas, cartas y fotografías), la exposición propone analizar el diálogo que se establece entre las obras de Picasso y Picabia y mostrará los vínculos reales o imaginados entre ellos. Los dos artistas de origen español, a los que se relacionó en sus comienzos por el parecido de sus apellidos —lo que provocó una confusión en la prensa cuando aún eran poco conocidos—, compartieron, ante todo, el deseo de desafiar las convenciones pictóricas que la historiografía del arte había establecido, y tanto para uno como para el otro, “asesinar la pintura”, fue el camino que tomaron para rejuvenecerla.
Trayectorias paralelas: aunque en 1904 expusieron en la misma galería, Picasso y Picabia se movían en ámbitos muy distintos y sus trayectorias se cruzaron poco en los años de innovaciones plásticas radicales del período cubista entre 1907 y 1914.
A partir de 1924, y durante un decenio, en la obra de ambos artistas se aprecia una misma preocupación por la circulación y el carácter intercambiable de los signos plásticos, totalmente al margen del naciente surrealismo (del que ambos se apartan).
Retratos: en 1915 Picasso retomó el género del retrato teniendo como sujetos de las obras a muchos de sus amigos como André Bretón, Erick Satie y Max Jacob, entre otros. En este mismo año Picabia se adhirió al nuevo credo simbolista y mecánico basado en la analogía entre el hombre y la máquina, tal y como se puede ver en los retratos mecánicos de Guillaume Apollinaire y del crítico del cubismo Louis Vauxcelles, en los que suprime toda idea de parecido.
Carácter subersivo: en febrero de 1916, en plena Guerra Mundial, diversos artistas se juntaron en Zúrich con el nombre de «dadá». Este movimiento, que llegó a París en los primeros días de 1920, saca partido del inmenso poder de provocación de Picabia.
En 1920 Picasso, que mira con desconfianza el movimiento, alterna entre un cubismo sintético y el clasicismo escultural pero sin perder nunca de vista la transgresión de sus propios medios de expresión, de modo que en los años 1920 hay dos obras, una de Picabia y otra de Picasso, que poseen el mismo carácter subversivo.
Lo español: después de 1904, fecha en la que Picasso se estableció definitivamente en París, España reapareció con frecuencia en su obra. En 1905 pintó el retrato de la bella italiana Benedetta Bianco, La señora Canals, tocada con una mantilla y en 1917 el artista retrató a la bailarina francomarroquí Fatma.
Cuando en 1920 Picabia expuso retratos de «Españolas» en la galería parisiense La Cible, recuperó un tema que había abordado desde principios de siglo. En la obra del artista, la referencia a España estuvo presente de forma constante.
Fundación MAPFRE
de Barcelona (Casa Garriga Nogués).
Fecha de inicio: 11/10/2018
Fecha de fin: 13/01/2019