Hoy ha hecho un día de primavera de un cielo azul luminoso, sereno, casi despejado, de sol ligeramente intenso; de mar plácido, de olas sosegadas rompiendo en la orilla. Mucha gente en la calle, en los paseos, en las terrazas, en la playa. Las estaciones están cambiando y nosotros con ellas.... Pero esto no era lo que me ocupaba exactamente en el paseo, sino el hecho de que, hace pocos días estaba fuera, en otra ciudad muy distinta a la que vivo, - ¡es tan fácil estar aquí y en una hora y media estar a mil kilómetros!-, de la que todavía recuerdo los olores de sus calles, las conversaciones suaves, susurrantes; las aguas caudalosas que pasan bajo los pies, el puente, el tranvía y su roce en los raíles... ¡Cuántas cosas quedan! En el avión de vuelta, tuve esa sensación de que volvía una vez más, de revivir una nueva vuelta, de que dejaba atrás cosas que sentía como mías, cosas que estimaba. Fue una sensación intensa, que conozco bien porque ya desde joven la he sentido. Cada vez que vuelvo, extraño, echo a faltar lo que amo, lo que me resulta grato y agradable, lo que me falta aquí, lo que me serena o anima, lo que me da seguridad, lo que me reconforta. Hace falta que pasen varios días para que la vida ajetreada de la gran ciudad me envuelva, me estreche, me canse, para que los anhelos de marchar se sosieguen, se difuminen y, sin embargo, sigo teniendo las mismas ganas, porque no se aplacan a pesar del tiempo que ha pasado, lo único que ahora los destinos son distintos, variados, mientras que antes, prácticamente, solo había uno, el de casa. Ahora el de casa está aquí y, sin embargo aquí, no es aún mi casa.
* "La fuerza de las ausencias", La buena letra. Rafael Chirbes.
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