Orgulloso, inteligente, audaz, a Nebrija nunca le faltaron las ganas de aprender ni la fuerza para el estudio. Tampoco le faltaron detractores, pues jamás se mordió la lengua. Cuando le presentó a la reina Isabel un adelanto de la que luego sería su Gramática de la lengua castellana (Salamanca, 1492), la soberana se sorprendió y no entendió la utilidad de un tratado que enseña las reglas de una lengua que se aprende de manera natural. Pero el docto profesor supo defender la novedad y oportunidad de su ocurrencia, pues las lenguas, incluso las naturales, necesitan gramáticas descriptivas y normativas para que no anden desbocadas. A esta ventaja se añade que la comprensión de los principios gramaticales del castellano puede ayudar a entender los de otras lenguas, el latín (al que dirigía sus esfuerzos) entre ellas. Las paradojas del destino han hecho que esa gramática del castellano sea hoy su obra más conocida. Nebrija, no obstante, merece ser recordado por otras muchas razones.
Al descubrimiento de su perfil intelectual se dedica esta exposición, que no deja de lado al hombre que hay detrás de tantas páginas escritas e impresas. Aquel profesor de gramática que renunció a la vida eclesiástica y optó por el matrimonio se sintió muy orgulloso del camino escogido y, a través de sus prólogos, cartas dedicatorias y poemas, dio de sí una imagen que lo acerca a nosotros. Por haber vivido en una época tan dinámica como la España del siglo XV y comienzos del XVI, su biografía se entrecruza con la de grandes personajes del momento, que lo son también de la historia de España y Occidente.
En Nebrija, la recuperación del latín fue el incentivo para otras aventuras eruditas, pues su mente inquieta lo llevó a indagar sobre los pesos y medidas de antaño. Los viajes de los descubridores despertaron su curiosidad y también la cosmografía, ansioso por conocer las noticias que llegaban del otro lado del Atlántico. Hombre de firmes convicciones religiosas, quiso poner su saber gramatical al servicio de la Teología, lo que le causó un pequeño tropiezo con la Inquisición. En esas y otras empresas eruditas, Nebrija se revela como un humanista en toda regla. Hablar de Nebrija es hablar de un Humanismo español pleno gracias a él; y también es hablar de la Historia y de las figuras que le dan sentido.
Tras los pasos de Nebrija, se invita a recorrer la España de la época y sus centros del saber: Lebrija, su lugar de nacimiento; Salamanca, donde cursó su Bachillerato en Artes y en cuya universidad desarrolló, con el tiempo, la mayor parte de su carrera docente; Bolonia, ciudad que propició su encuentro con Italia y su Humanismo; Coca (Segovia) o Villanueva de la Serena y las Brozas en Extremadura, enclaves en los que realizó su labor bajo el amparo de generosos mecenas; o Alcalá de Henares, su último destino, en el que contó siempre con el apoyo del cardenal Cisneros y su Universidad.
Su muerte no menguó su fama ni evitó el enriquecimiento de su legado. De ello se encargaron, en parte, sus hijos Sancho y Sebastián, que abrieron una imprenta en Granada, trasladada un tiempo a Antequera (1534-1597). A ellos se sumaron otros impresores fuera de España, pues las gramáticas y léxicos de Nebrija se imprimieron en Francia, Italia, Alemania y Países Bajos. Aquel manual de latín que había escrito pensando en sus alumnos en Salamanca se convirtió en el único autorizado para enseñar esa disciplina desde que así lo decidió el rey Felipe III (1598). Y, de nuevo, llegaron los detractores y las críticas, que se cebaron en los olvidos y deslices del maestro.
En la larga travesía que llega hasta el siglo XIX, el manual de gramática latina de Nebrija fue respetado, glosado, reformado e incluso acortado, según el lugar y las circunstancias. Esa pervivencia se siente, por ejemplo, en las primeras gramáticas de las lenguas de América compuestas por los predicadores españoles. Estos, que habían aprendido latín gracias al Antonio, aplicaron el modelo, con sus consideraciones teóricas y sus traducciones bilingües, en su descripción de esas lenguas que, como dijo uno de ellos, eran tan extrañas, nuevas, incógnitas y peregrinas. En la exposición de la Biblioteca Nacional de España se podrá ver más de un centenar de obras procedentes de sus colecciones, junto con otras prestadas por una decena de instituciones españolas, seleccionadas para esta conmemoración por la comisaria Teresa Jiménez Calvente.
Organizan: Biblioteca Nacional de España, Acción Cultural Española y Fundación Antonio de Nebrija.
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