Hay momentos en los que la naturaleza nos sorprende. Tras un invierno en el que la lluvia no había hecho acto de presencia ni un solo día y cuando ya creíamos que los rigores invernales habían dado paso a los días cálidos de la primavera, va el tiempo y se pone a tontear justo estos días de Semana Santa. Todo empezó con un nublado seco.
- Si al menos los truenos y relámpagos hubieran traído lluvia... Esto es lo que le decía yo a Joaquina, que con un aspecto y una cabeza envidiables a sus 92 años, sabe de la vida y del tiempo, aunque ahora esté loco:
- Esto es bueno –me dijo-, detrás de este nublado vendrá la lluvia. Algo se está moviendo en la atmósfera.
Y no se equivocó. A los dos días se puso a llover ligeramente, pero lo suficiente como para que el Jueves Santo no salieran las procesiones para enfado de las cofradías y contento de los hombres del campo: ”esta lluvia vale millones, -se oía a la hora de los vinos.
Por la noche seguía cayendo esa suave lluvia que cala hasta dentro. Muy de mañana, el Viernes Santo, se oía llover. La sorpresa fue al levantar la persiana. Mis ojos no daban crédito a lo que veían: -¿será que las telarañas del sueño no se han ido todavía?- Pero no, veía perfectamente, ¡estaba nevando! y bien además. Los copos eran gruesos y poco a poco se fueron apoderando de las ramas y de las recién estrenadas hojas de los árboles, del césped del parque y de las lejanas lomas de Los Pinos. El paisaje se fue cubriendo de una espesa capa blanca.
-Esto durará poco –pensé-, a estas alturas del calendario y por estas latitudes…
Pero otra vez, no. Estuvo nevando toda la mañana. Hacia el mediodía, un disco platino se adivinaba entre las bajas nubes, pero seguía nevando.
–Ya está, saldrá el sol, se fundirá la nieve y esta desacompasada estampa navideña quedará como una anécdota del este loco tiempo.
Pero de nuevo, no. El sol no salió y las procesiones tampoco, porque tras una breve tregua, se puso de nuevo a llover justo antes de Los Oficios. La nieve poco a poco se fue fundiendo como las ilusiones de los cofrades y devotos y de los amantes de las procesiones que no verán pasear ni bailar bajo los soportales de la calle mayor, la majestuosidad de las tallas de madera policromada, orgullo de todos los riosecanos.
-¡Pobres cofrades, ellos que llevan todo el año esperando estos días para sacar a hombros sus pasos!
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