Pensé entonces, que podía aprovechar el viaje y ponerme a escribir algo para el concurso de relatos, al que amablemente me han recordado que participe.
Pero, por más que rebusqué en el
bolso, no encontré nada sobre lo que poder extender unas cuantas palabras. Miré
entonces, en el bolsillo del asiento de delante y por fin, encontré algo en
blanco. Al principio, creí que me sería imposible escribir allí; el
papel llevaba una pátina brillante y el boli resbalaría. Lo intenté con poco
convencimiento y cuál fue mi sorpresa, cuando comprobé que el boli se
deslizaba. Al comenzar a escribir pensé, que qué triste, qué pobre bolsa,
ahora convertida en borrador de un insulso y anodino escrito, del que no sabía ni por
dónde empezar. Antes estas reflexiones casi, casi, desisto del intento; pero, enseguida, se me ocurrió
que nada de eso, que al contrario, que qué original utilidad iba a dar a esta sencilla bolsa de papel satinado y, sin dar ya más vueltas, me puse a escribir.
Entretanto, las pasajeras –supuse, una madre y una hija veinteañera- de la otra fila de asientos, llevaban, desde hacía un buen rato, una conversación electrizante, bueno mejor dicho, un monólogo absorbente y vehemente: la joven estaba muy enfadada y yo creía que el 'sermón' se lo estaba soltando a la madre. Como yo estaba con ganas de poder escribir algo en mi flamante Air Sickness bag, la miré a ver si captaba que esperaba que bajara el tono pero, nada más lejos de la realidad; ella siguió, enfrascada como estaba, en escupir cabreos, sacar ofensas, escarnios o desilusiones. La madre, aunque callada, compartía el discurso. A mitad del vuelo, pareció que ya había vaciado toda su talega emotiva, mientras que yo seguía emborronando el terso papel con más pena que gloria.
Lo que no sé es dónde quedó recogido todo el 'desaloje' porque, en ningún momento, la vi utilizar el Sachetto mal d’aira del bolsillo de su asiento -y eso que mal, mal tenía la chica- y, sin embargo, todo estaba limpio. Tal vez la madre la hizo de Bolsa de mareo y, tal y como piden las instrucciones: ”Después de usar, veuiller replier dessus”, debió de hacer la señora, para que no se escurriera nada por los asientos. La mía, por el contrario, la guardé, sin riesgo alguno, en el bolso porque la tinta de estas cuantas frases no se desparrama.
Esperemos que el mal de l’air, les durara solo el vuelo.
Y yo espero
tener mejor ocasión para empezar a escribir alguna historia en femenino que merezca la pena.
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