Seda es un hermoso viaje alrededor del mundo, a la vez que un recorrido interior por la geografía íntima de la pasión y el erotismo. Es un pasaporte al placer y a los laberintos del deseo. Es una delicada revelación de los misterios de la atracción y del amor en todas sus manifestaciones: la posesión, la seducción, la sorpresa, el desencanto, la espera, el encuentro, los desencuentros... En sus páginas los personajes se mueven suave y delicadamente por una trama compleja en la que las cosas son lo que parecen... y mucho más.
Alessandro Baricco presentaba la edición italiana de Seda, que tuvo un éxito extraordinario en su país, con estas palabras: Esta no es una novela. Ni siquiera es un cuento. Esta es una historia. Empieza con un hombre que atraviesa el mundo y acaba con un lago que permanece inmóvil, en una jornada de viento. El hombre se llama Hervé Joncour. El lago, no se sabe. Se podría decir que es una historia de amor. Pero si solamente fuera eso, no habría valido la pena contarla. En ella están entremezclados deseos y dolores que se sabe muy bien lo que son pero que no tienen un nombre exacto que los designe. En todo caso, ese nombre no es amor. Esto es algo muy antiguo. Cuando no se tiene un nombre para decir las cosas, entonces se utilizan historias. Así funciona. Desde hace siglos.
Todas las historias tienen una música propia. Esta tiene una música blanca. Es importante decirlo porque la música blanca es una música extraña, a veces te desconcierta: se ejecuta suavemente y se baila lentamente. Cuando la ejecutan bien es como oír el silencio y a los que la bailan estupendamente se les mira y parecen inmóviles. La música blanca es algo rematadamente difícil.
No hay mucho más que añadir. Quizá lo mejor sea aclarar que se trata de una historia decimonónica: lo justo para que nadie se espere aviones, lavadoras o psicoanalistas. No los hay. Quizá en otra ocasión.
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