En los últimos meses, cojo el autobús con mucha más frecuencia que antes y, ayer, al subirme a uno, pensé en los conductores-as de estos vehículos de grandes dimensiones que circulan por las ciudades y en la responsabilidad que asumen al aceptar trasladar, sanas y salvas, a todas las personas que subimos y bajamos de sus vehículos durante las horas que dura su turno; un turno que se repite varias veces y que, sin embargo, siempre es diferente porque ni a cada momento la circulación tiene la misma intensidad, ni a cada franja horaria los pasajeros somos los mismos. En momentos, su autobús lo llenan estudiantes, abuelas que van a recoger a sus nietos al colegio, mamás con sus bebés y sus cochecitos, personas mayores que van de un sitio a otro seguros de que tendrán un asiento reservado, personas de movilidad reducida y las más que van o vuelven de sus trabajos, ¡ah! también turistas. Va por momentos en los que, en el autobús, resuenan conversaciones bulliciosas o silencios magistrales que pasean pensamientos por la ciudad hasta llegar a destino y, vete tú a saber cuál es el destino y cuáles los pensamientos. Desde que los dispositivos electrónicos nos entretienen, la mayoría de los pasajeros agachan la cabeza concentrados en su móvil con el que hablan, incluso. Pocos leen un libro ya, muy pocos, yo tampoco.
He de decir que, ahora me gusta coger el autobús, los conductores son educados y te devuelven el saludo cuando subes al autobús. ¡¿Cuántas veces dirán en un turno "buenos días, buenas tardes"?! y, sin embargo, siempre te responden; al mismo tiempo que están atentos a quién sube, a quién baja, al coche de al lado, a la moto que adelanta por la derecha, al semáforo de enfrente...
Me gusta coger el autobús y mirar por la ventana pero, me gusta especialmente cuando puedo sentarme en el asiento que está detrás del conductor y sumergirme en mis pensamientos hasta el abismo y no salir a la superficie hasta que tengo que bajar. Allí, pienso en lo que me está tocando vivir y en que, al contrario que el conductor que está pendiente de todo, sabe lo que tiene que hacer y lo tiene bajo su control; yo ni sé nada, ni controlo nada de nada, ni siquiera sé cuántas veces recargaré mi tarjeta de transporte, ni cuan largos serán mis viajes. Tal vez Ítaca esté ya a unas pocas leguas y con ella, más cerca el *paraíso.
*Para Mª Victoria, Ítaca es el Paraíso.
Monet. Le jardín de Giverny |
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