En vacaciones, no necesito despertador. En cuanto los primeros rayos del sol se desperezan viene, a mi ventana, una familia de golondrinas que tienen un nido debajo de la cornisa. Sus vuelos entrecortados y su piar enardecido hieren mi sueño estival y hace que no me vuelva a dormir más. Al poco tiempo, la cocina recupera ya vida; el ruido del exprimidor despierta mis sentidos: marchando un zumo de naranja y pomelo. La converación apacible casi silenciosa, por momentos, se dilata entre sorbo y sorbo de leche a penas fría.
Repuestas ya las fuerzas, las zapatillas de deporte reclaman mis pies aún un poco entumecidos para llegarme hasta el Canal donde es habitual encontrarme con los paseantes matinales que ya vienen de vuelta y que los conozca o no, siempre saludan y dan los buenos días.
Repuestas ya las fuerzas, las zapatillas de deporte reclaman mis pies aún un poco entumecidos para llegarme hasta el Canal donde es habitual encontrarme con los paseantes matinales que ya vienen de vuelta y que los conozca o no, siempre saludan y dan los buenos días.
Es difícil substraerse a esta naturaleza acogedora y fresca que invita a la caminata. El recorrido es tan fácil de seguir que los pies se van solos y casi sin darme cuenta ya est oy en el Puente Villalón, al que paso por debajo con la mirada siempre al frente y así no desperdiciar ni un momento de esta simbiosis entre agua, hojas, troncos, luz, sombras..., para continuar después bajo los chopos centenarios oliendo a alfalfa recién segada, a paja humedecida por el las gotas de rocío que calaron en los maraños, a aromas de anisete y lavanda. La nutria que se cruza hacia el agua, me avisa, con su mirada avispada, de que la toma del canal de riego está próxima.
Pasada esta explanada, la naturaleza se vuelve más salvaje e irregular, y si en algunos tramos, los flexibles juncos se alargan y las ramas de los chopos de ambas orillas se tocan haciendo casi impenetrable la luz del sol. En otros, sorprenden los luminosos claros que descubren campos de girasoles que alineados, miran hacia el este con su intenso tono amarillento el cual contrasta con el amarillo pajizo de los reposados campos de cereal o con el intenso verde del maizal.
Pasada esta explanada, la naturaleza se vuelve más salvaje e irregular, y si en algunos tramos, los flexibles juncos se alargan y las ramas de los chopos de ambas orillas se tocan haciendo casi impenetrable la luz del sol. En otros, sorprenden los luminosos claros que descubren campos de girasoles que alineados, miran hacia el este con su intenso tono amarillento el cual contrasta con el amarillo pajizo de los reposados campos de cereal o con el intenso verde del maizal.
Más a lo lejos, las cigüeñas han encontrado su particular humedal en una tierra de regadío y se aprestan a tomar el desayuno cabizbajas, no sea que se pierda bocado.
En el horizonte, la tierra se eleva en suaves lomas y entre medias, el campanario de Villanueva de San Mancio, me recuerda que a esta hora, el sol comienza a apretar y que ya es tiempo de regresar.
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