"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









domingo, 14 de octubre de 2012

RABO DE GATO


À Yaya V. in memóriam.
À Anamari pour ses messages émouvants.
À Dosi pour ses vins "muy curiosines".
À Rubén pour son sens d'humour. 
À Ana María pour sa gentillesse.

Tengo una amiga a la que no le gustan que le regalen flores. A mí, como me gustan mucho, siempre le regalaba un ramo de flores por su cumpleaños, hasta que me dijo que prefería que le regalara plantas porque duraban más, las flores se mueren enseguida-me dijo. A mí por el contrario, me regalaban ramos de flores, que me encantan, hasta que alguien se enteró de que me gustan mucho, mucho las orquídeas y empezaron a regalarme orquídeas en vez de flores, por lo que he llegado a tener hasta cinco diferentes y verlas florecer con sus flores blancas, rosa buganvilla, verdes, era un verdadero placer para la vista; ¡mi casa parecía otra! Las orquídeas son delicadas y el verano siempre me daba problemas cuando a mi vecina no le venía bien regármelas. Pero este año, mi casa no ha tenido orquídeas, esto no ocurría desde hacia mucho, mucho tiempo y la vecina las ha echado de menos. No sé si voy a reponer las orquídeas, supongo que sí aunque, de momento, lo que tengo en el balcón es algo muy, pero que muy diferente que he traído de mi pueblo: un esqueje del rabo de gato que ha estado en mi otra casa casi desde toda la vida. Desde que tengo memoria, recuerdo que sus flores rojizas llenaban el tiesto durante bastante tiempo año tras año, a pesar de los escasismos cuidados que recibía porque ni siquiera se le quitaba del balcón los meses de las recias heladas. Este cactus es de viejas raíces en mi familia, nos los regaló mi tía de Valencia de Don Juan hace ya…, unos  cuantos años y en estos días en los que me acerqué a  casa lo vi de casualidad y me di cuenta de que se había quedado  allí, él solo en el balcón, cuidando de la casa en que hemos pasado nuestras vidas y sentí que podía llevarlo de nuevo a casa, a la otra, a la nueva, y pensé también que podía estar, por qué no, en la mía y me lo he traído en un potecito en la bodega de un avión, a casi ochocientos kilómetros de su patria para plantarlo en otra tierra, en otro tiesto donde  recibirá el sol en otro balcón de aires menos limpios, de espacios menos abiertos, siempre con la esperanza de que se habitúe a estos cambios, de que resista, de que prendan sus raíces, de que medre para que puedan brotar de nuevo sus rojas flores y colorear mi terraza del rojo de la familia. 


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