"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









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viernes, 17 de septiembre de 2021

Dieron la una y las dos...

Las cosas pasan, se pasean y no regresan. Celebrar aniversarios, efemérides no  siempre hace que duren más. Una vez leí  en un blog de una persona que todavía sigo que, la amistad es tan o más extraña que el amor. La chica que lo decía en su blog parecía que hablaba de la pérdida de una amistad que, en un momento de su vida, fue significativa y que se acababa. Hoy pienso en esto. Podría celebrar el treinta aniversario de una amistad y, sin embargo, no sé si siento la emoción necesaria para festejarlo. 
La amistad es tierna, suave, generosa,  confiada, vital, valiente, leal, honesta, paciente, receptiva... La amistad es bondad. Nada más.


lunes, 10 de febrero de 2020

CUANDO LA VIDA TE SORPRENDE SOÑANDO

"La vie c'est ça, un bout de lumière qui finit dans la nuit".

Esta frase de Voyage au bout de la nuit , de L- F. Céline me sorprendió uno de estos días en los que leo un poquito por las mañanas. Me hizo pensar de nuevo en mí y en que no dejo parar mi imaginación creando y recreando historias y en lo que me gusta estar distraída en ellas y entretenida con ellas. Es como si las viviera. ¿Dónde empieza el mundo real? ¿Detrás de la puerta de la calle? No siempre. Estoy tan viva en mis cuentos que me ha llegado a aparecer que la vida la vivo los ratos que estoy en  su compañía.
Y tal vez sea por eso por lo que, me he hecho el propósito de sacar  tiempo para estar al aire libre, para pasear y ver, aunque, ni miro mucho, ni escucho mucho; pocas cosas interrumpen mis historias, pocas cosas. Tan pocas que no me enteré de quién había entrado detrás de mí, en la misma tienda que yo. No vi. Desde el mostrador me giré, al oír una voz que me resultaba familiar. Vi su espalda. Cogí lo que había pedido a la dependienta. Me volví a girar hacia la entrada, hablaba por teléfono y miraba las estanterías. Yo buscaba las butacas, pasé por el lado opuesto. Me levanté con cierta premura, quería salir de allí, no logré serenarme. Estaba en el otro lado, siempre de espaldas. Le dije a la dependienta que volvería, que tenía una urgencia. Salí sin poder decir nada, ni siquiera un saludo, seguía hablando por teléfono, recorriendo toda la tienda mirando las estanterías. Giré la primera calle a la derecha. No miré atrás. Entré en una de la tiendas a las que quería ir. La dependienta tuvo muchas atenciones, pero no compré nada. Salí de nuevo a la calle vertical y crucé al otro lado. Entré en otra tienda a la que tenía previsto ir. Me probé varias cosas. Me compré un jersey. Sin querer, estuve haciendo tiempo, al salir, volví a la tienda primera, creía que la dependienta se merecía una consideración pero, no me  quedé nada, no me encajaban.
Al ir para casa, empecé a recordar lo que había pasado. No me esperaba que algo así  fuera a sucederme este lunes avanzada la mañana y, mucho menos en ese sitio, ¡cómo lo iba a pensar! y eso que siempre ando pensando infinito! Me pilló desprevenida y no supe reaccionar, ¡qué apuro!
Todo esto se debió a un error: el día anterior, leí mal la hora de la entrega, llegué tarde y, un poco molesta conmigo misma, decidí no volver a casa e ir al centro de tiendas ¿Quién me hubiera dicho que esta decisión  anodina provocaría esta coincidencia? Es una probabilidad entre mil. ¿Cuántas veces en nuestras vidas, hemos estado próximos sin saberlo? Aquí y allí, ahora y antes. En ocasiones, las historias, las anécdotas comienzan con un error, no hace falta ser valiente  ni especialmente torpe para ayudar a que sucedan, es la magia del azar. A veces, la vida simplemente nos sorprende y más cuando andamos soñando.

Ahora que estoy retocando este escrito y he encontrado la foto que buscaba, me doy cuenta de que, en realidad, es ya un segundo error. Este corte banal de vida se debe a errores. En estos momentos, a mí, no me apetece que un error como el primero vuelva a suceder. Anhelo que llegue, por fin, el tiempo de los aciertos. 

" Faut pas espérer laisser sa peine nulle part en route". 



 *Me ha sorprendido mucho que la primera frase de Céline está muy citada en Internet, yo la he encontrado dentro de la lectura, completamente por casualidad, porque, a veces, me evadía de la lectura.

lunes, 3 de febrero de 2020

CUANDO SUENAN LAS CAMPANAS


https://www.milenio.com/cultura/unesco-piden-sonido-campanas-patrimonio-humanidad.
https://www.hispanianostra.org/

Esta noticia me encantó y empecé una entrada que termino hoy, que tengo tiempo. La noticia me gustó mucho porque me hizo recordar mi infancia.  Yo viví en un pueblo pequeño al que no he dejado de ir y luego en otro más grande. En el pueblo de mi infancia, aprendí a diferenciar qué significaban las diferentes maneras de tocar.
Mi pueblo es famoso por la calidad de sus campanas,  que se oyen por todo el pueblo. Las campanas y su toque rige el horario de los vecinos, sobre todo el de los domingos, por los tres toques de campanas para la misa: primeras, segundas y campanadas. Con las campanadas, el cura está ya saliendo de la sacristía y tiene diez pasos hasta el altar, por eso, cuando tocan primeras, todo el mundo deja de hacer lo que hacía y se concentra en arreglarse para no llegar tarde a misa, no se ve bien ser impuntual, las pisadas retumban  en el suelo de tarima.

En mi otro pueblo, también oía unas campanas, las campanas del convento de clausura de las clarisas. Tocaban al alba, creo que era a las seis. Ya las oía  desde mi cama y eso que, al menos, hay tres kilómetros desde mi casa al convento, pero en el silencio de las noches, el sonido de la pequeña campana que llamaba a los rezos a las monjas, llegaba lejos, llegaba hasta mi casa, yo la oía, a esas horas ya estaba despierta porque me  levantaba temprano para estudiar.  En la tranquilidad de la noche, su sonido me recordaba la hora que era y me sentía acompañada, a pesar de que sabía que mis padres, especialmente mi madre, no estaba del todo dormida. Era ella la que me despertaba a la hora que yo le pedía para ponerme a estudiar. Me despertaba llamándome, casi siempre la oía a la primera, aunque, alguna vez tuvo que insistir e incluso se tuvo que levantar y subir al piso de arriba que era donde yo dormía, por esto  yo dormía con la puerta de la habitación abierta, para oírla mejor. Nunca necesité despertador y nunca me volví a dormir una vez despierta. A las siete, se levantaba mi padre, subía a saludarme y cerraba la puerta. Yo, después, no tardaba mucho en levantarme, hacia las ocho. ¡cuántas noches de estudio y qué pocas horas de sueño!
Ahora ya no están las mojas en el convento pero, desde que vivíamos más en el centro, desde casa, se oyen las campanas y sobre todo, el reloj de Santa María que da las horas y los cuartos. Lo  oía y escuchaba cuando me desvelaba y, para aprovechar me ponía a leer.
Aquí en la gran ciudad, también oigo las campanas del reloj de la SF o de la basílica. Cuando las oigo por la calle, aminoro la marcha y a pesar del tráfico, las reconozco. Me gusta escucharlas, es como que te retumban dentro.

En Francia, cuando estuve un curso en Béthune, el colegio en el que me alojé estaba cerca de la Grand Place y allí está le Beffroi que también tenía campanario (no me olvido de cuando lo decoraban con  las enormes banderas de Flandes que tanto me gustan). En la región de Nord-Pas de Calais, los beffrois son muy propios del paisaje y cuentan con maestros en tocar los carrillones.

Otra vez me acuerdo de mi vida pasada. No sé cómo, a veces, pienso que he tenido una vida anodina, si he hecho muchas cosas, he vivido en varios sitios. Sin embargo, todo eso ha influido poco en mi manera de ver el mundo, Sigo siendo ingenua, sigo creyendo en la vida, sigo teniendo esperanzas para un mundo mejor y sigo creyendo en la bondad de las personas. Y yo continuo pensando en muchas personas, ahora que no sé cuántos días tendré reservados. 



domingo, 5 de mayo de 2013

LOS ALBORES DE UNA VIDA

Aujourd'hui,
 fête des grands-mères, des mères,
des tantes, des marraines...
Como cada mañana, se levantó temprano. Desde siempre había sido ella la primera de la familia en tirarse de la cama y levantar las persianas para que la luz del incipiente día entrara a raudales, alejara los fantasmas de la noche e inundara de alientos renovados toda la casa.
Aquella era una mañana con la singular luminosidad de las frías mañanas de invierno. Miró al cielo, a ese escaso trozo de cielo que le permitían ver los edificios que tenía enfrente pudo vislumbrar los primeros destellos de sol que salpicaban el firmamento de rojizos y añiles resplandores y que tanto le recordaban los amaneceres de su pueblo.

Sin saber por qué, aquella mañana sus pensamientos se refugiaron en aquellos años y se estremeció. Sus ojos se llenaron de nostalgia y le caló la melancolía.
Por primera vez, desde que perdió a su marido, sintió como compañera de desayuno a esta invitada tan poco deseada y contra la que había luchado desde entonces.
- La vida es una lucha - le gustaba repetir a menudo y desde luego que, contra ese desamparo, que aquella mañana se mezclaba con el café y las galletas, se había debatido ya antes.
Y así, casi sin querer o casi sin poder remediarlo fueron pasando, entre sorbo y sorbo, algunos momentos de su larga vida. A sus noventa y dos años había visto mucho, incluso aquello que nunca hubiese deseado ver.

Y se vio de niña con su abuela a la que adoraba; en la escuela, en el recreo jugando con las demás niñas; ayudando a su madre en los afanes cotidianos de la casa;  en la tienda de ultramarinos de su tía donde la mezcla de olores a conservas a peso, a vino a granel, a nueces, a especias y a manzanas, la envolvían en vahos casi balsámicos.
Su madre le decía que se parecía mucho a su madrina,  que era fina y menuda como ella; aunque  ella sabía que le faltaba su coraje. La resolución con la que se había ocupado de la tienda, después de que al tío, su marido, lo mataran en la guerra era digna de admiración. ¡Y de cuánto le sirvió su ejemplo!

También se vio llena de ilusión en aquellos años durante los que “habló” con el que luego sería su marido ¡Qué guapo siempre lo encontró, y qué buen mozo era! Cuando se casaron tuvo que dejar su pueblo e irse al de su marido. Su suegro les propuso que se ocuparan del aserradero familiar; él quería descansar de tanto trajín, le iban faltando fuerzas. Fue su primera marcha, el primer gran cambio de su vida y a pesar de que  no estaban lejos y se tuvo que ocupar de ir creando su propio universo doméstico, a veces,  le asaltaba la añoranza de no tener a su lado a las mujeres de su casa: la dulzura de la sonrisa de su abuela, el valor de los silencios de su madre, la agudeza de su tía. Aquí fue donde comenzó a admirar la  singularidad de la luz de las mañanas y a quedarse sobrecogida ante la hermosura de los albores matinales antes de ir de  habitación en habitación  para despertar a su familia. .

Luego fueron llegando sus tres hijos, todos ellos varones y esa pequeña frustración por no haber tenido una niña a la que tanto le hubiera gustado lavar, peinar y hacerle vestidos con lazos, como habían hecho con ella su abuela, su madre y su tía. Sin embargo, estaba muy orgullosa de sus hijos, habían sido buenos, muy estudiosos y juiciosos. Ninguno de ellos quiso quedarse en el pueblo y continuar con el negocio familiar, los tres se vinieron a la capital para estudiar, aquí se casaron y formaron sus propias familias, como ella lo había hecho antes.

Un buen día, volvieron los tres a casa por las vacaciones como lo habían hecho desde siempre y les propusieron que para tranquilidad de todos, se vinieran con ellos a la ciudad, en la que ahora se encontraba. Fue su segunda salida.
Les compraron un piso pequeño, - para qué más grande si solo sois los dos, dijeron-, lo amueblaron a su gusto y cuando le preguntaron que qué le parecía, ella dijo que bien; era lo que todo el mundo esperaba, y se guardó  para sí lo mucho que echaba de menos  los muebles y los cachivaches de su casa que no había podido traerse y que la habían acompañado a lo largo de  toda su vida; así como lo mucho que le había costado cerrar su casa y despedirse de sus vecinas, que habían sido casi como sus hermanas.

Poco a poco se había ido familiarizando con estos nuevos enseres  con los que compartía tan reducido espacio, como se estaba acostumbrando a la ausencia de su marido con el que había convivido  durante sesenta y ocho años. En su matrimonio había sido feliz  por momentos, como todo el mundo, en otros había sabido no sentirse desgraciada; en algunos, y como todas las mujeres, se había sentido poco comprendida por su esposo porque ¡cuánto les cuesta a los hombres pensar con el corazón!... Pero sí, podía decir que  había sido feliz.

Y aquella  hermosa  mañana de invierno en la que el frío quedaba al otro lado del cristal, tras dar el último sorbo a su café,- se dijo-, que a su edad, ya sabía que  somos solamente beneficiarios temporales de cuanto nos rodea y  que, en estos momentos, no podía conceder que su aliento se diluyera como un azucarillo entre los posos del  café. Ver  amanecer cada mañana era el mejor de los regalos que le podían brindar  ahora sus ojos; todavía le quedaban energías para levantar la persiana y ver el rubor de la mañana.

 – Vamos Rosalía -se animó-, tus bisnietos te aguardan.

Covadonga Vicente.
*Los albores de una vida,  relato finalista de "Relatos cortos".



lunes, 1 de abril de 2013

RENGLONES EN BARBECHO

¿Escribir es fácil? - A veces. Otras, ¡resulta tan difícil ponerte a escribir!
¿Qué pasa cuando no logras escribir dos líneas seguidas? La escritura viene de la lectura. A la sazón, ¿Tampoco lees? ¿Te molesta lo negro?¿Tus libros languidecen en las estanterías, en el bolso, en la mesilla de noche,...?  Acaso, ¿es que nada sabe a nada, nada cuenta, nada cala, nada emociona, nada sale, nada...?
Las emociones parece que vienen de fuera y que se cuelen dentro, que remueven y se queden pero, en realidad, ya están dentro. Los artistas reconocen que esto es cierto y saben que a las emociones no hay que olvidarlas, sino escucharlas, acunarlas, untarlas, salivarlas, consentir que reposen lo suficiente para que dicten su cadencia y luego..., dejarlas salir.

Entonces, ¿dónde los ojos están puestos? ¿Y los oídos? ¿Y la nariz? ¿Y el tacto? ¿Y los sabores? ¿Y el corazón? ¿Solo días enmarcados de estrías en blanco, de nubes lejanas, de surcos fondos, de humos blancos, de noches albas sin claro de luna?
Los escritores de verdad saben que lo mejor es ponerse a escribir. El oficio produce beneficios. Aunque solo sean tres líneas, hay que ponerse; igual que “el comer y el rascar hasta el empezar”.
Muchos escritores, incluso los más grandes, dejaron de escribir durante largas temporadas. Algunos consiguieron romper este dique seco y se dejaron agasajar de nuevo por el mimo de la lira. Otros consintieron que fueran los demás los que escribieran por ellos y se deleitaron con lo que leyeron, como apuntó, en su día, Borges en un arranque de honestidad, modestia y exigencia. Bécquer, por el contrario,  lo sugirió con esa sencillez y claridad que le caracterizaron: “Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”. Pero entonces, Poesía, ¿en qué te recreas?, ¿en qué te entretienes?, ¿qué te distrae? ¿qué te solaza?...
Entonces, tal vez solo entonces, Poesía… seas .

jueves, 23 de febrero de 2012

PREGÚNTALE A MI SOMBRERO…


Preguntale a mi sombrero cuántas veces me lo he quitado y si alguna vez se me ha olvidado.
Preguntale a mi sombrero si lo prefiero de paño porque el de rafia me ha dañado.
Pregúntale si de la solana severa su sombra me ha protegido.
Pregúntale cuántas veces me lo he calado ante los vientos recios del norte
por miedo a que lo llevaran tan lejos que no pudiera alcanzarlo.
Pregúntale, pregúntale cuántas veces lo he sujetado con horquillas de oro,
con horquillas de plata o de vida para que se quedara conmigo
y conmigo siguiera hasta que quisiera.
Preguntale a mi sombrero cuántas veces acaso me he inclinado.
Pregúntale lo que me pasa por la cabeza y de lo que en ella se ha quedado.
Pregúntale, pregúntale cuántas veces hemos hablado de la sal de la vida,
de cuanto en ella se dice, de lo que ella representa,
de lo que ella enseña, de lo que tú me inspiras,
de la sal de la vida, de la sal de mi vida.

martes, 20 de septiembre de 2011

EL HOMBRE DEL SACO

Cuando era pequeña, nos juntábamos los primos en casa de la abuela y , cuando no nos portábamos muy allá, mi abuela nos decía que si no corregíamos nuestra actitud vendría el hombre del saco y nos llevaría al bosque. Este recurso no era muy eficaz porque sólo nos hacia parar las tres primeras veces, después...¡Qué risa!

Cuando te vas haciendo mayor, te das cuenta de que somos nosotros los que nos hemos convertido en el hombre o la mujer del saco y no porque arrastremos un fardo lleno de criaturas castigadas al bosque, sino una mochila, una bandolera o un bolso que todos llevamos con más o menos gracia y que día a día vamos llenando de un montón de cosas, sin darnos cuenta de todo el peso que llevamos sobre nuestras sufridas espaldas y poco a poco, nos vamos acostumbrando a este peso y a las molestias que nos ocasiona. A veces, estas molestias se convierten en persistentes e intentamos aliviarnos con remedios caseros, casi siempre pasajeros que producen un alivio momentáneo; pero el peso sigue allí, la causa no se he modificando. Por las noches, llegamos demasiado tarde y demasiado cansados; por las mañanas, vamos demasiado de prisa para mirar lo que arrastramos, que siempre es lo mismo  ya que, aunque cambiemos de bolso, volvemos a poner lo que estaba en el otro, por si acaso.

Llega un día en el que nos concedemos el tiempo para echar un vistazo sobre lo que hay dentro: monedero, llaves, kleenex, chicles, libreta, boli, tarjeta de transporte, móvil,  gafas. Vale, esto es imprescindible. ¿Y lo demás? Nos ponemos a remover y van apareciendo números de teléfono anotados con urgencia en un trozo de papel, tarjetas de fidelidad de los más variados establecimientos, fotos, tiques de compras, de restaurantes, de cafés, de películas de cine compartidos … y son estos los que, de repente, se nos antojan fastidiadísimos. No son otra cosa que ecos de momentos pasados, que no forman parte ya de nuestro presente. Son el estorbo que nos fastidia la espalda.

Tal vez, merezca la pena, ahora que comienza una nueva temporada, hacernos el propósito de revisar nuestros bolsos antes de que sintamos la más  leve molestia y no dejar que se vayan llenando de futilidades animadas de ayer y hoy para poder seguir más cómodos en nuestro deambular cotidiano.



sábado, 11 de junio de 2011



“... podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía.”
Gustavo Adolfo Bécquer


                                                

 

Poesía, susurros de silencio
Que las palabras, abatidas,
No pueden rescatar.
Poesía, melodía del alma
Que las palabras, taciturnas,
No saben modelar.




sábado, 5 de marzo de 2011

Ítaca, siempre Ítaca. Ulises, siempre Ulises


La Odisea es una obra que ha fascinado a los lectores desde siempre, es por ello por lo que, invariablemente está de actualidad;  es lo que se entiende, en términos académicos, como un clásico, está eternamente vigente. Esta vigencia se la otorgan los lectores que se sorprenden al descubrir aspectos que les cautivan y emocionan, a pesar de ser una obra que fue escrita hace 2 800 años.
Los escritores tampoco se sustraen a esta fascinación como lectores que son y, con frecuencia, sus lecturas se reflejan en sus obras e incluso, les sirven de inspiración de sus creaciones. Así le sucedió a Kavafis, que la lectura de La Odisea le dictó este gran poema, Ítaca, hermosísima alegoría sobre la vida.

Kavafis identifica la experiencia vital con una sucesión de aventuras. Cuantas más aventuras nos acaezcan, mayor será la riqueza de nuestra existencia. El poema pone el acento en el trayecto y en las vicisitudes del viaje; teniendo a Ítaca como destino. Ítaca, las Ítacas son las razones que nos mueven a ponernos en marcha.

Si bien es cierto que la mayor parte de La Odisea la ocupa el relato del viaje de Ulises y el sinfín de contratiempos que retardan la llegada a su patria; no deberíamos atender sólo a este aspecto de la obra, porque convertiríamos a Ulises, héroe laureado por vencer en la guerra de Troya, en un mero viajero, en un aventurero. No creo que esa fuera la intención de Kavafis al escribir el poema, más bien lo que pretende es convertir a cada hombre, a cada uno de nosotros y nuestra experiencia vital por muy anodina que nos parezca, en Héroes.

No obstante, La Odisea de Homero no se acaba con la llegada de Ulises a Ítaca, a su patria, como parece insinuar el poema de Kavafis, ni mucho menos.
De ahí que podamos decir que, La Odisea no es un viaje iniciático en el sentido más puro de la palabra. Ulises ya es Ulises, ya ha demostrado quién es durante la guerra de Troya y lo va a seguir demostrando durante  los 10 años de travesía,  en los que es responsable, no solo de su vida, sino también de la de sus guerreros, a los que ayuda y le ayudan a no apartarse de su objetivo: Ítaca.

Sin embargo, será al llegar a Ítaca cuando va a tener que confirmar que es un héroe verdadero. Así, Ulises, el Astuto, deberá poner en juego sus mejores ardides para reconquistar su hogar: tiene que echar de su casa a los pretendientes de Penélope, su mujer, que intentaban suplantarlo y derrochaban su fortuna; además tiene que  aliviar y sosegar a su hijo Telémaco.
Por lo que la llegada a su patria, se convierte para Él, en una batalla personal e individual de gran envergadura, donde se juega el ser o no ser, la que le va a otorgar el estatus de Héroe, la que le va a dar fama eterna, gloria eterna.  Al lograrlo, Ulises no solo se convierte en el rey de su casa, el rey de Ítaca,  sino también en Héroe atemporal, universal; en un Hombre que ha sabido elegir vientos favorables para alcanzar su destino. 





sábado, 26 de febrero de 2011

UN TREN DE VIDA


Un personaje de ficción se atreve con la siguiente reflexión. La vida se resume tanto por lo que ella nos ha dado como por lo que en ella nos ha faltado o hemos perdido al vivirla.

La vida así entendida es como si fuera una sucesión de trenes que nos van pasando por delante y vamos eligiendo. Subimos a uno. Nos sentimos a gusto. La marcha  te permite contemplar el paisaje, el espacio es suficiente, los asientos confortables, los viajeros son atentos y a menudo, se sienta a tu lado alguno que te hace agradable el trayecto.
De vez en cuando, en el propio tren, vas oyendo que hay otros trenes de última generación mucho más rápidos y más cómodos. Empiezas a pensar que, tal vez, merezca la pena apearte en la próxima estación y subirte a uno de ellos, que el tuyo va despacio, que le falta un poco de esa chispa. A pesar de que tienes alguna reticencia, te decides y compras un billete para uno de esos trenes aerodinámicos, brillantes, el último grito de la Alta Velocidad.

Al subir, te das cuenta de que están más llenos y de que, en cada parada, se sube más gente. No pasa mucho tiempo sin que se te acerque sonriendo uno e incluso varios pasajeros y te cuenten de corrido, lo bien que les va y lo felices que están.
- ¡Caray!  Me he estado perdiendo la séptima maravilla -piensas. ¡Qué bien que me  he subido yo también! Si hay tanta gente es porque  este tren es mucho mejor ¿no?

Al cabo de un tiempo, empiezas a sospechar que, tal vez, no sea oro todo lo que reluzca, y notas además, que tu espacio se está haciendo más pequeño, que hay demasiado vocerío, que casi no puedes ver nada por la ventanilla. Comienzas a echar de menos  el ritmo de viaje, los  móviles paisajes, la compañía  de los discretos viajeros del otro tren.

- Bueno, es fácil, esto se arregla bajándome en la próxima estación, -te dices-. Te vas moviendo hacia la puerta de salida y te das cuenta de lo mucho que te está costando llegar. Tras alguna vicisitud, empujones e incluso malos entendidos, consigues bajarte.

Ya en el andén, el aire fresco te acaricia el rostro ¡Qué bueno!

Y en esta complacencia, ves que algunos viajeros te miran por la ventana como si te recriminaran haber bajado.
 -“Te acabas de convertir en un pringao. Nos echarás a faltar"; parece que quieran decir esas miradas.

Esta imagen queda sobreimpresionada en las pupilas unos segundos, los mismos que tarda en pasar un súbito pensamiento:
-Tal vez, me he equivocado. Tendría que haberme quedado un poco más. Total, el ambiente  no era tan enrarecido ni sofocante, incluso ha habido momentos agradables, -recuerdas-.

El paso del tren te hace tambalear ligeramente. Su estela desaparece en un abrir y cerrar de ojos. La calma va tomando plaza y te preguntas:
-¿La vida que eligen muchos tiene que ser forzosamente la de todos?
- Evidentemente no. Pues eso.





miércoles, 19 de enero de 2011

SANGRE IRLANDESA



Durante la conversación distendida con un inglés sobre todo y nada, acabamos hablando de su familia y me dijo, no sin cierto orgullo:

 - " Por la venas de mi familia corre sangre irlandesa. M. es el más irlandés de todos. No sabe lo que quiere, pero no parará hasta conseguirlo."





sábado, 1 de enero de 2011

CHRISTIAN BOBIN



Con  la confianza y el aliento de varias personas
y al eliminar algunas cosas supérfulas de mi vida,
un numen se llegó hasta aquí,
para averiguar lo que estaba sucediendo.



Parafraseando a Christian Bobin


sábado, 18 de diciembre de 2010

SAN JUAN DE LA CRUZ. "LAS CONDICIONES DEL PÁJARO SOLITARIO".




Las condiciones del pájaro solitario son cinco:

La primera, que se va a lo más alto;
la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza;
la tercera, que pone el pico al aire;
la cuarta, que no tiene determinado color;
la quinta, que canta suavemente.


San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor.



domingo, 12 de diciembre de 2010

ELOY SÁNCHEZ ROSILLO

  

      1. Menos mal que de golpe lo imprevisto
llega y nos reconcilia con la vida
cuando sin esperanza caminamos,
hartos de todo, y ya apenas nos quedan
fuerzas para seguir. No, no es preciso
que lo que de manera inesperada
viene a salvarnos sea un gran suceso;
basta a veces con algo que sería
bien poca cosa para quien no tiene
necesidad de ayuda.

       2. Hoy, por ejemplo,
volvía yo, vencido, hacia mi casa,
en el atardecer, después de un día
de veras desastroso, un día de esos
en los que las miserias cotidianas
se acumulan en un fardo oscurísimo
que nos dobla la espalda. Iba cayendo
la noche. Y lentamente me llevaron
mis pasos, por azar, hasta una calle
solitaria y humilde. En ella vi
una pared en la que el sol poniente
se había demorado. Era tan solo
una pared casi ruinosa, un viejo
muro con una mancha muy intensa
de sol crepuscular que se negaba
a dejar la ciudad y no quería
rendirse ante el avance decidido
de la nocturna sombra.

       3. Poca cosa,
dirán, sin duda, algunos. Pero aquella
luz rezagada, aquel remanso ya efímero
de sol a punto ya de marchitarse,
me liberó de pronto de la angustia
que llevaba conmigo.

       4. Y pude luego
proseguir el camino hacia mi casa
redimido, dichoso, y no sé, acaso,
cantando en voz baja una canción.


                                                                               Eloy Sánchez Rosillo, La vida.

sábado, 20 de noviembre de 2010

"Los cuadros que aún no he tenido tiempo de colgar y están sobre la mesa…"


“La vida es como el ir a la tintorería. Siempre hay algo que llevar o algo que ir a recoger”. Esta comparación la oí, hace un tiempo, a una persona de armoniosas reflexiones y que estos días, en los que el otoño se ha definitivamente instalado, me ha venido a la memoria al ir cambiando las prendas ligeras y frescas que durante estos meses han ocupado  cajones, estantes y  perchas del armario, por otras más gruesas y abrigadas.

Está comparación se podría hacer un poco más extensible y decir que la vida es como una casa, siempre hay algo de lo que ocuparte, nada está del todo terminado. Unas veces sólo te ocupas de los quehaceres cotidianos, otras te toca hacer más a fondo alguna parte, algún rincón que el trajín diario te ha hecho relegar para mejor ocasión, pero tarde o temprano hay que vencer  la pereza, la desgana e incluso la desidia y ponerte a ello porque hay tareas que no se pueden delegar.
Es entonces cuando te das cuenta de que cada labor, cada gesto, por pequeño que sea, tiene su significado dentro de la armonía del conjunto.

Cuando por fin terminas de  colocarlo todo, echas un último vistazo y te das cuenta de que algo ha cambiado. Las prendas, que ahora ocupan ese mismo espacio, son más voluminosas, que los colores alegres y luminosos han dado paso a otros menos llamativos e incluso algo más serios, que la  nueva estación nos obliga a vestirnos y hacer cosas diferentes.

Y es, al cerrar el armario, cuando recuerdo los versos de Luis Rosales,  de La casa encendida:

Sí, allí estaban los muebles,
Allí estaba el armario,
Allí estaba el perchero, manteniendo en el aire, como un acróbata
Los trajes, los silencios y los sombreros sucesivos...


*Título: Versos de Luis Rosales.







jueves, 7 de octubre de 2010

QUIJOTES DEL S. XXI


 
Roberto Matta
Comme j’ai un penchant pour la littérature, a veces, ciertas actitudes propias o ajenas, me recuerdan a personajes literarios. En esta ocasión el símil es con Don Quijote.

Hay algunas personas que como Él, están dispuestas a actuar ante cualquier tipo de señal, vaya con ellos o no, puedan con ella o no- molinos de viento, rebaños de ovejas, leones enjaulados, lances  caballerescos- ¡hala! allá van ellos a obrar según les dictan sus loables valores. El resultado de estos trances, de estos encuentros, a menudo, se convierte en encontronazos. Pero no importa, nada conseguirá que no prosigan con su empresa, porque, para aliviarles de estas heridas, también elaboran su propio bálsamo de Fierabras.

A veces, el error es de tal envergadura que ayudan a quien no deben – liberan a presos condenados a galeras- que luego, en agradecimiento, los apalean. Ese lance les convierte en perseguidos por la Santa Hermandad, por lo que se ven obligados a refugiarse durante un tiempo en Sierra Morena. ¡Ni en semejante bucólico marco cejan en sus ensoñaciones! y aprovechan el parón para escribir una hermosa carta de amor a su idolatrada Dulcinea.

Durante sus andanzas, se les agrega algún Sancho, de realidad ingenua, sensata y pueblerina y aunque, estos les hacen ver y les avisan de los peligros que conllevan cada una de sus aventuras, poco a poco se va poniendo de manifiesto que  también los acompañan para conseguir ser gobernadores de alguna ínsula.

Luego aparecen  los que de verdad están preocupados por ellos (el cura, el ama, su sobrina, el bachiller...,), porque ven que sus haciendas están tan descuidadas que les va a sobrevenir una catástrofe. Antes de que esto ocurra, se ponen manos a la obra e inventan un ardid que se ajuste a las fantasías 'del caballero' – La Princesa Micomicona-, quieren hacerles volver a casa  y prodigarles cuidados reparadores del cuerpo y del alma. Pero nada les quita la obsesión de seguir buscando 'aventuras' y después de un tiempo de reposo vuelven a salir.

Por el camino, siendo ya famosos, o bien dan con Duques, que con ánimo de mofa, hacen que sus fantasías parezcan reales y aunque  ellos sospechan que todo es demasiado 'perfecto' les siguen la corriente, ya que todo es obra de los Encantadores. O bien les salen imitadores – El Quijote de Avellaneda- cosa que les molesta mucho, pero no lo suficiente todavía para frenarse en sus empeños.

Cuando los Sanchos consiguen su Ínsula de Barataria, en  nombre de la amistad, nuestros Quijotes les regalan  un manojo de excelsos consejos – La libertad Sancho…- y eso que la fama de descentrados la llevan ellos.

Pero semejante desvarío no puede continuar hasta el infinito y todo se precipita hacia un final que llega de la mano de un amigo que, bajo la máscara de Caballero de la Blanca Luna, les derrota en su terreno.
Reconocen que han perdido y aceptan las condiciones de la derrota: volver a casa. El regreso es triste y por mucho que intentan levantarles el ánimo con retirarse a la vida pastoril, la melancolía se ha apoderado de ellos y al llegar exhaustos, enferman.

Los sociólogos que han estudiado esta obra de Cervantes sostienen que, en este país, todos tenemos algo de Quijotes y algo de Sanchos. Cada uno verá en qué proporciones.


domingo, 29 de agosto de 2010

DE VUELTA A CASA

Ya estamos de vuelta. Ahora que la retina se va acostumbrando de manera paulatina al gris del asfalto y las imágenes vuelven a ser las habituales aunque las recibo con cierta extrañeza, recuerdo con unas gotas de nostalgia, los días pasados en un entorno y en compañías ciertamente diferentes.

Las vacaciones son no tener horario, las prisas se acaban y los pequeños gestos cotidianos retoman su protagonismo. De entre todos, recuerdo con un regusto placentero los despertares: las esbeltas siluetas de las golondrinas y su frenético vuelo; el piar de los gorriones cerca de la ventana muy de mañana cuando los primeros rayos de sol se cuelan sigilosos por las rendijas de la persiana;  el divino aroma a azúcar, esencia de anís o de limón de los bollos y pastas  de la panadería de Mari Juli y Elías y que, al abrir la ventana, inunda la casa y  te echa a la calle porque, el único afán es bajar las escaleras y comprar pan todavía caliente o cualquier tipo de dulce para el desayuno, cada día uno diferente, porque hay variedad: caracolas, tortas de leche, ensaimadas, rosquillas fritas, tortas de chicharrones, magdalenas, herraduras y conchas rellenas de cabello de ángel, galletas maría de nata, ...

Ahora que ya estamos de vuelta y que los sonidos, los olores, las imágenes y las gentes son… las que eran, las de siempre, me digo que las prisas, la merma de horas de luz, el tráfico o cualquier otra excusa no me impidan inventar, rebuscar y disfrutar de momentos también especiales para emular estos otros tan agradables.

Dejémonos sorprender por el otoño.