"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









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sábado, 7 de diciembre de 2024

NOTRE-DAME DE PARIS: CINQ ANS APRÈS


La cathédrale Notre-Dame de Paris a rouvert ses portes, plus de 5 ans après l'incendie qui l'a ravagée.Grâce aux savoir-faire de plusieurs milliers d'artisans et d'architectes, la cathédrale s'apprête à accueillir de nouveau du public.

viernes, 2 de agosto de 2024

INSTANTES DE UNA TARDE DE VERANO

El cielo fue viniendo cada vez más gris cenizo. 

El viento se levantó de sorpresiva virulencia como si protestara de tanto calor abrumador.

Las hojas secas resecas trotaban por las aceras. Crujían como sonajeros despistados sin ton ni son. Salían por todas partes y se enredaban en los pies.

Las ráfagas recias arrinconaban.

La arena cegaba las miradas y los remolinos llenaban el horizonte de polvo en suspensión.

Y así un rato. 

Y la lluvia no llegaba. 

Las copas de los árboles se agitaban frenéticas y desvalidas en cualquier dirección.

El cielo seguía opaco. 

Hasta que la lluvia,  se presentó; solo suave y breve llegó. 

Y después, el calor siguió fuerte, rígido, firme, grueso, pétreo, inclemente...



lunes, 10 de febrero de 2020

CUANDO LA VIDA TE SORPRENDE SOÑANDO

"La vie c'est ça, un bout de lumière qui finit dans la nuit".

Esta frase de Voyage au bout de la nuit , de L- F. Céline me sorprendió uno de estos días en los que leo un poquito por las mañanas. Me hizo pensar de nuevo en mí y en que no dejo parar mi imaginación creando y recreando historias y en lo que me gusta estar distraída en ellas y entretenida con ellas. Es como si las viviera. ¿Dónde empieza el mundo real? ¿Detrás de la puerta de la calle? No siempre. Estoy tan viva en mis cuentos que me ha llegado a aparecer que la vida la vivo los ratos que estoy en  su compañía.
Y tal vez sea por eso por lo que, me he hecho el propósito de sacar  tiempo para estar al aire libre, para pasear y ver, aunque, ni miro mucho, ni escucho mucho; pocas cosas interrumpen mis historias, pocas cosas. Tan pocas que no me enteré de quién había entrado detrás de mí, en la misma tienda que yo. No vi. Desde el mostrador me giré, al oír una voz que me resultaba familiar. Vi su espalda. Cogí lo que había pedido a la dependienta. Me volví a girar hacia la entrada, hablaba por teléfono y miraba las estanterías. Yo buscaba las butacas, pasé por el lado opuesto. Me levanté con cierta premura, quería salir de allí, no logré serenarme. Estaba en el otro lado, siempre de espaldas. Le dije a la dependienta que volvería, que tenía una urgencia. Salí sin poder decir nada, ni siquiera un saludo, seguía hablando por teléfono, recorriendo toda la tienda mirando las estanterías. Giré la primera calle a la derecha. No miré atrás. Entré en una de la tiendas a las que quería ir. La dependienta tuvo muchas atenciones, pero no compré nada. Salí de nuevo a la calle vertical y crucé al otro lado. Entré en otra tienda a la que tenía previsto ir. Me probé varias cosas. Me compré un jersey. Sin querer, estuve haciendo tiempo, al salir, volví a la tienda primera, creía que la dependienta se merecía una consideración pero, no me  quedé nada, no me encajaban.
Al ir para casa, empecé a recordar lo que había pasado. No me esperaba que algo así  fuera a sucederme este lunes avanzada la mañana y, mucho menos en ese sitio, ¡cómo lo iba a pensar! y eso que siempre ando pensando infinito! Me pilló desprevenida y no supe reaccionar, ¡qué apuro!
Todo esto se debió a un error: el día anterior, leí mal la hora de la entrega, llegué tarde y, un poco molesta conmigo misma, decidí no volver a casa e ir al centro de tiendas ¿Quién me hubiera dicho que esta decisión  anodina provocaría esta coincidencia? Es una probabilidad entre mil. ¿Cuántas veces en nuestras vidas, hemos estado próximos sin saberlo? Aquí y allí, ahora y antes. En ocasiones, las historias, las anécdotas comienzan con un error, no hace falta ser valiente  ni especialmente torpe para ayudar a que sucedan, es la magia del azar. A veces, la vida simplemente nos sorprende y más cuando andamos soñando.

Ahora que estoy retocando este escrito y he encontrado la foto que buscaba, me doy cuenta de que, en realidad, es ya un segundo error. Este corte banal de vida se debe a errores. En estos momentos, a mí, no me apetece que un error como el primero vuelva a suceder. Anhelo que llegue, por fin, el tiempo de los aciertos. 

" Faut pas espérer laisser sa peine nulle part en route". 



 *Me ha sorprendido mucho que la primera frase de Céline está muy citada en Internet, yo la he encontrado dentro de la lectura, completamente por casualidad, porque, a veces, me evadía de la lectura.

miércoles, 26 de octubre de 2016

NOCHES DE ÓPERA

Donde hay música, no puede haber cosa mala. 
Sancho, II -35.

Hacía ya algún tiempo que no iba a la ópera y, hace unos días, tuve la oportunidad de asistir a una de las representaciones. Ir a la ópera tiene algo mágico, especial; tal vez debe de ser por eso de que es obra completa: música, canto, representación.
Como el edificio es grande y siempre hay mucha gente es obligado ir con tiempo para buscar tu sitio. En la sala, los momentos previos son también interesantes, lo que me recordó pasajes de las Lettres persanes de Montesquieu, donde los forasteros persas afirmaban que, en Versailles, el espectáculo estaba tanto en el escenario como en la platea y en los palcos. Yo no  puedo decir lo mismo porque, como no era noche de estreno, nadie -salvo un par de jovencitas que estaban en un palco- se había vestido de largo. Lo que llamaba mi atención era como las gentes se conocían, se saludaban, charlaban animadamente mientras se iban acomodando.
Mi butaca estaba en el anfiteatro -me gusta ver estos espectáculos desde más alto-, al entrar, ya había dos señoras muy vestidas y después un señor solo que cedió el paso para poder ocupar los asientos libres de su derecha. La sala se fue llenando, y al poco, se cerraron las puertas para anunciar que el espectáculo iba a empezar; rogaban también que apagáramos  los móviles. La luz se atenuó, las notas musicales resonaron en la sala, los visillos blancos del escenario descubrieron algunos personajes hasta que se descorrieron por completo y el espectáculo fue total. El decorado llamaba la atención porque era minimalista y cromáticamente muy sobrio: blanco, negro, gris. Las señoras y yo intentábamos atender a la música, sin perder un instante de lo que pasaba en escena; al contrario que el hombre que estaba a mi lado que no tenía mucho interés por lo que pasaba en el escenario, solo la música de Verdi le concernía. Por esto y por un par de comentarios y otro par de resoluciones, me hizo pensar que era de los habituales. 
Pasaban los minutos durante los que voces y música se fusionaron. La obra fue avanzando, hasta llegar a la primera de las pausas. Solo el señor salió. La sala se quedó medio vacía y los que quedaron hacían fotos al recinto o divertidos, a ellos mismos; para muchos también estaba siendo una soirée spéciale.
En la segunda pausa; todos nos levantamos y salimos al pasillo. Allí las gentes seguían con animadas charlas.
Se acabó el descanso, entramos y volvimos a guardar silencio en la oscuridad durante otro buen rato hasta que la obra terminó. Las señoras se quedaron y aclamaban entusiasmadas, el señor se marchó pitando, no aguardo a los aplausos que retumbaron durante bastante rato; los más cerrados se los llevó la soprano.
Fuimos bajando las escaleras despacio. Sin prisa, fuimos saliendo todavía bajo los afectos de la extraordinaria música. Poco a poco, fuimos adentrándonos en el bullicio de la noche. Ahora, en la calle, los taxis eran los más aclamados.
Macbeth. Giuseppe Verdi.
Electra. Richard Strauss No podía creerme el sitio donde me había tocado estar. Al llegar había un señor maduro japonés. Me recordó al protagonista de L'herisson. Cuando cerraron la puerta, me indicó que pasara a las butacas de delante que estaban vacías, él iba hacer lo propio. Vimos la función de maravilla. La orquesta sonaba demasiado fuerte desde ese lugar.
Werther. Jules Massenet  Me gustó mucho el decorado y la música.


martes, 7 de junio de 2016

SOBRE REBECAS Y OTRAS PRENDAS

Venía  recordando algunas de las ideas que más me habían interesado de una conferencia a la que había asistido sobre lectura, ordenadores, hipertextos, escritura, información, conocimiento, saberes y cuentos; cuando, al llegar cerca de la puerta de un cine, salía una mujer de mi edad, más o menos, a la que le colgaba del bolso una rebeca blanca que arrastraba las mangas. A los pocos metros, la fina prenda se deslizó delicadamente de su apoyo y cayó al suelo. Avivé la marcha para recogerla y dársela a su propietaria. Sin embargo, cuando ya la tenía y alcé la mirada para llamarla, ella se volvía  porque se había dado cuenta de que le faltaba su chaqueta.

- Gracias,-me dijo, y añadió- ¡Menos mal que no eran las bragas!
       ¡¡¿¿??!! Carcajadas .

- Bueno, si hubieran sido las bragas, - carcajadas- no creo que te las hubiera recogido. 
Siguieron las carcajadas. 

Y en esto,  cogió la chaqueta como lo hacen los futboleros con las bufandas de sus equipos y la hizo girar al aire.  ¡¿Mira que si hubieran sido las bragas...!? 

De nuevo las risas.    

       Nos despedimos bajo las carcajadas. 

lunes, 18 de enero de 2016

FÉLIX & CO

Se está dejando sentir, de verdad, el frío en estos días de mezcolanzas. En casa, la báscula  recuerda que quedan restos de las Fiestas; en las tiendas de rebajas, se anuncian ya la New Season; en las calles, las luces de Navidad que, quedan sin descolgar, comparten espacio con los carteles que anuncian el Carnaval. Sí, sí Carnaval, como este año la Semana Santa cae pronto…, tan pronto que todo se junta y no hay tiempo de relamerse del vivir de cada día ni de los acontecimientos estacionales, porque los unos siguen a los otros sin tiempo para el respiro. Así que no me extraña que tenga la impresión de vivir siempre pensando en un futuro y no vivir en, ni  para el presente. Parece que no hubiera tiempo para el hoy, siempre es mañana.

En estas tribulaciones tan mañaneras estaba, cuando llegué a la parada del autobús. Al poco de llegar, me fije en dos chavales que mantenían, en francés, una conversación  muy animada sobre sus cosas y un tal Félix, -otro compañero- mientras esperaban el autobús que los acercaba a su colegio. Llegó el autobús repleto de gente, era hora punta. Nos subimos todos. Hasta la siguiente parada no pude acercarme a sellar la tarjeta; los dos chiquillos llegaron también hasta la máquina, marcaron y, en seguida, uno de ellos, se aupó y se sentó en el espacio donde sobresale la rueda delantera, al otro, que tenía las mismas intenciones, no le dio tiempo porque quedó libre el asiento que va justo detrás del conductor. Después de algunas paradas, se les unieron otros dos chicos, el tal Félix y otro. Félix se sentó en el asiento con el chico de la primera parada y el otro, el cuarto se subió también al 'tobogán' de la rueda, se puso de rodillas, se giró  hacia adelante y desde allí, pudo seguir e intervenir en el juego del móvil que mantuvo a los tres embelesados todo el trayecto. El primero que, seguía sentado en la rueda, había sacado un libro y estuvo leyendo todo el rato. ¡Vaya ganas! 
Es curioso ver como hay chiquillos que prefieren pasar su rato jugando al mismo juego, una y otra vez para intentar ganar y otros escogen leer historias, cada una diferente para ganar siempre sea donde sea. En realidad, es lo mismo que hacemos nosotros, los mayores, que nos pasamos el trayecto mirando, o jugando con el móvil o guardando nuestros pensamientos en el silencio del bullicio o leyendo. Nada nuevo y, sin embargo, todo llamativamente diferente.


domingo, 22 de noviembre de 2015

"De los Santos a Navidad es invierno de verdad" - CONILLET

Ayer, estrené el invierno, con un poco de retraso según el refranero pero, después de este estupendo veranillo de San Martín que tanto se ha prodigado en magnificencias, casi se nos había olvidado la estación en la que estamos y ya toca fresco y más. Sin embargo, el Hombre del Tiempo lo venía anunciando: para el fin de semana habría cambio, se esperaba un brusco descenso de la temperatura. Así que, teniendo presente el aviso, saqué mi abrigo del armario; bueno no es un abrigo, es una trenca bastante vistosa de cuadros grandes. A primeras horas de la tarde, me pareció que había exagerado un poco, pero, a medida que iba avanzando la noche, agradecí la calidez del paño, especialmente a la salida del teatro. Sí, ayer también  fue día, mejor noche, de estreno de temporada teatral. 
El título de la obra, Conillet, parece casi naïf, inocente, pero de él, poco se puede adivinar  sobre el contenido de la misma. 
Sin embargo, de cándido tuvo poco, por lo que no resultó extraño que al terminar, algunos de los comentarios llegaron a tildar la obra de cruda, agresiva, demasiado negativa al criticar todo, todo,... No obstante, la actriz, Clara Segura, estuvo espléndida en este largo, difícil y descarnado monólogo.
Hoy, el día se levanta con un cielo azul terso, resplandeciente, pero un viento seco corta el rostro. Es frío de nieve. En las montañas, ya han caído las primeras nevadas de importancia. C'est l'hiver qui est arrivé.

viernes, 20 de marzo de 2015

MOLINETE EN PAPEL



Muy discreta ha llegado hoy la primavera. Este año, ha venido acompañada de un eclipse y el día, a medida que han ido pasando las horas, se ha ido tornando recio. Recio el viento  que ha acompañado los episodios de la lluvia, o mejor, ha sido la lluvia  quien se ha unido al irritado viento fresco. Ya por la noche, las calles mojadas brillaban en la sombra y representaban una estampa casi otoñal. Sin embargo, este viento fresco, que agitaba los árboles y se refregaba contra la cara, sacudía las polillas invernales e hinchaba los pulmones, dibujando esa transición entre lo que ha habido y lo que habrá, entre lo que fue y será, entre lo que se fue y lo que vendrá. 
Una bolsa  de papel de una marca de moda revoloteaba juguetona por los desiertos carriles de la calle. El viento gobernaba  la bolsa, la bolsa se dejaba.

jueves, 19 de febrero de 2015

" De nuevo te levanto vida, sobre mis hombros"

No es que coja mucho el metro;  puedo ir,  a casi todos los sitios a pie, pero a las conferencias a las que estoy asistiendo me quedan al otro lado de la ciudad y, ante esas distancias y el frío que hace, un medio de transporte se impone.
Al finalizar la conferencia, con la cabeza llena de nombres de autores, muchos de los cuales resonaban en mis oídos por primera vez y con la impresión, o más bien  la certeza, de que no sé nada, apenas, y lo mucho que me falta por aprender pero que, tal vez, no me dé de sí el tiempo;  llegué a la boca del metro, donde el ambiente estaba muy animado: había muchos chicos y chicas que  se contaban mil y una delirante anécdotas, mientras  calentaban para su footing  vespertino, a pesar de la baja temperatura. Al correr, el frío se va.
Bajé el primer tramo de escaleras, giré la izquierda para bajar el siguiente y, allí, contra la pared, pero en el otro tramo de escaleras que queda justo en frente, estaba sentado hacia la mitad de los peldaños, un hombre joven oriental.  Desde arriba, creí que estaba descansando, pero a medida que fui bajando para subir las escaleras de enfrente en las que él se encontraba; me di cuenta de que su  postura  no era precisamente de descanso: pierna izquierda todo lo larga adelantada, pierna derecha flexionada, el codo de su brazo derecho se apoyaba en su rodilla derecha y, con su mano derecha, se agarraba el pelo con la fuerza suficiente para hacerle girar la cara hacia la izquierda. Le miré la cara pero, al chocar con su mirada, enseguida aparté la vista. Sus ojos estaban clavados en un punto fijo, en ese punto lejano, profundo como el de las oscuras aguas del mar. Los ojos bastante abiertos parecían que le brillaban. El rostro, impasible. Pasado un instante, volví a mirar por si había habido un cambio, pero seguía la misma mirada inerte, la misma contorsión.
Mientras subía me preguntaba que qué se podía  hacer, decir, si era tal vez, mejor callar...
Cuando estaba casi arriba, me giré otra vez  y  vi de nuevo la misma figura en la mima postura.-¿ De qué calibre serán las tribulaciones que se han apoderado de este hombre que lo tienen abatido en las escaleras del metro ? 
Una chica joven bajaba,  ella se lo iba a encontrar de espaldas.   Nada se oía, solo sus pasos. Tampoco le dijo nada. 


 * " De nuevo te levanto vida, sobre mis hombros". Pablo Neruda, Oda a la vida.


lunes, 1 de diciembre de 2014

EL CIELO ENCENDIDO

"Un solo rayo de sol es suficiente para borrar millones de sombras".
 San Francisco de Asís.



Este año madrugo. Hacía ya varios años que no me tocaba levantarme temprano para ir a trabajar. Al principio creí que me iba a costar más, pero no. Enseguida me he acostumbrado e incluso consigo salir con tiempo de casa e ir tranquila, sin prisas, al trabajo. Poco a poco voy  despertándome y con cada pestañeo reparo en lo diferentes que están las calles a estas horas del día, aún conservan ese tul mórbido de las luces del amanecer. El amanecer. Sólo por ver el cielo a estas horas de la mañana merece la pena levantarse. Reparar como el manto de la noche se escurre hacia la luz y despega pujantes tonos amapola y anaranjados; violetas y morados es extraordinario, y así un albor tras otro y, sin embargo, ningún es del todo igual, ni los días de cielo raso y ni muchos menos los días de nubes, con las que tropiezan los rayos y dibujan surcos algodonados, que esconden, momentáneamente, una gaviota o un avión que, en plena maniobra de aproximación, vuela más bajito
En tierra, a las historias matutinas, les pasa lo mismo. Un minuto antes o un minuto después hace que la mañana sea diferente, y  vea, por ejemplo, a la  señora del kiosco ordenando los periódicos o concediendo un sorbo a su café o saludando, siempre con palabras amables, al señor que viene a buscar la prensa de camino a su trabajo. O ver cómo, los que han sacado a sus perros al paseo matutino ya se  dan en retirada y se meten en su portal con el diario y la barra de pan  recién horneada bajo el brazo.
Al poco, me encuentro con  el jadeo tempranero de los corredores de footing  y, un par de calles más adelante, el conserje con su bata azul eléctrico sigue barriendo las hojas secas de la entrada del edificio de oficinas, para amontonarlas antes de echar en esa esquina, y sólo en ella, los polvos amarillentos que ahuyentan a los perros a no levantar allí sus patitas y evacuar su santo y seña.
Estos son los mismos de antes, los de siempre. Sin embargo, al que  he echado  de menos es a un madurito ejecutivo con gafitas con el que me cruzaba después de doblar la esquina de la tienda de sillas, balanceando a delante y atrás su maletín e imbuido en su  impecable sobrio traje o bien negro o bien gris marengo y su camisa blanca. La nota de color la dispensaban sus corbatas rojas, amarillas, azules o verdes de pequeños motivos: ¿Hermès? Tal vez.
Y paso a paso, llego al trabajo...
Tras franquear la puerta, mis oídos que, el ruido de un tráfico a penas efervescente no había aún del todo desvelado, se apocan con el siempre metálico: “Buenos días” de Mary que  definitivamente te saca del letargo. Ahora, sí que ya estoy  del todo en marcha.

Y entre tanto, el cielo sigue encendido.

jueves, 24 de abril de 2014

DE CARTERAS, CINES Y LIBROS - Día internacional del libro 2014

Todas las veces que he decido ir a esos cines, por unas cosas u otras, acabo llegando tarde. Ayer, a media tarde ya había terminado de trabajar para poder disfrutar del día del libro, pero como había mucha gente, pensé que una buena opción era meterme en el cine hasta que, un poquito más tarde, la afluencia de gente fuera menor.
Cuando salí del trabajo, me puse a contestar los whasatpps de las personas que me deseaban un Feliz día del Libro, solo levantaba la vista del teléfono cuando llegaba a los semáforos para cruzar las calles. En un momento determinado, me choqué con un señor, que dejaba el  puesto de libros que había en la acera sin mirar tampoco. Su señora lo acompañaba. Perdone, - le dije, y seguí escribiendo. 
No había andado ni quince metros, cuando siento que alguien me toca el hombro y se planta delante de mí, era el hombre con el que me había chocado, que hasta entonces no me había fijado en que era un señor bastante alto y bastante gordo  quien, con un  llamativo acento yanqui,  me dijo:

- You picked my pocket.
- ¡¿Yo?!  Lo siento, pero yo no tengo nada suyo.

El hombre, aunque debió de ver la cara de desconcertada que tenía y, mientras  buscaba en los bolsillos del pantalón, volvió a repetir:

-  You picked my pocket.

Yo no daba crédito a lo que me estaba pasando. Empecé a inquietarme. No sabía si llegaría a hacerle entender a ese señor que yo no le había quitado nada, de nada. Simultáneamente, miraba a la gente que pasaba, por si alguien podía ayudarme. Nadie reparaba en la escena, ni en mi inquietud.

- No tengo nada, - le volví a insistir. Mire – y le abrí mi bolso de mano. El hombre empezó a mover, con energía,  el botellín de agua y el periódico que había dentro. Por su puesto que nada encontró. Ni su monedero, ni nada que fuera suyo porque nada suyo había dentro.

Volvió a examinar sus bolsillos. Yo seguí su mano con la vista.  Hasta ese momento, no me había fijado en que llevaba una camiseta negra y unas bermudas  marfil de múltiples bolsillos. Entonces, deslizó su mano hasta el bolsillo lateral de la pernera derecha de su pantalón, et voilà!! Un portamonedas negro apareció del mismo.

El hombre se excusó:
- I’ m sorry. I’m very, very sorry! repitió muy lentamente. Yo no fui capaz de decirle nada. A modo de sinceras excusas, me ofreció la rosa que acaba de comprar para su señora y que él sostenía todavía en la mano.
Yo me veía incapaz de articular palabra, pero al fin, le dije que no era necesario y me marché.

Durante un tramo del trayecto, pensé en lo que me había pasado. -Es algo inaudito, no es posible, -me repetía. Al cabo de un par de manzanas, me di cuenta de que se me había hecho un poco tarde, pero, por más prisa que me daba, parecía que mis piernas se agarraban al asfalto y no avanzaba.

Cuando llegué al cine, Le passé ya había comenzado, - para variar- pero entré de todos modos, tenía muchas ganas de descansar del sofoco en la penumbra.

¡¿Qué le pasó a este hombre por la cabeza?! ¿Las películas de advertencia sobre los cacos que pasan en el metro? … Algo así debió ser, porque, desde luego que no se dio cuenta de que yo llevaba las dos manos ocupadas: con una sujetaba el móvil, con la otra tecleaba.
En fin que, a veces, los sustos nos hacen osados.

Después de salir del cine, fui para las casetas de libros. Todavía había mucha gente. Aún había escritores firmando. Como a tramos, era casi imposible avanzar, decidí salirme del ‘circuito central’ y, por el lateral, me llegué hasta La Central, que también estaba a rebosar; pero allí, todos fuimos muy amables, nadie se empujaba, todos esperábamos con calma a tener acceso a la estantería que nos interesa y nuestro turno de caja.
No sabía bien, bien qué libro comprar, no tenía una idea predeterminada. Al final, compré dos libros, ninguno de actualidad: uno de Perec y otro de Wilde. El de Perec era el último ejemplar; el chico que estaba a mi lado se llevó uno y el que dejó, estaba un poco arrugado. Me han prometido cambiármelo después de esta semana.  

Y así fue mi Día del Libro de este año, un poco 'movidito'.  "That's all, folks!!"





miércoles, 23 de abril de 2014

PLIEGOS Y ESENCIAS

Aunque, a veces, escribo sobre los libros y la lectura, me interesan también otras ‘fragancias’ sobre las que no siempre escribo. Sin embargo, desde que llevo Le coin…, se me acaban ocurriendo similitudes entre aquellos y elementos de la vida cotidiana y de una de estas asociaciones sale este post para el Día del Libro de este año. 
Como tengo una nariz bastante despierta, el otro día, al pasar por la sección de perfumería y cosmética de unos grandes almacenes, se me ocurrió que entre los libros y los perfumes se puede establecer ciertas analogías; no porque los libros los elijo por cómo huelen, sino porque también los ‘llevamos puestos', se nos huelen, lo mismo que los perfumes y porque, como los perfumes, los hay de todas clases, para todos los gustos y para diferentes momentos; es por eso por lo que, no nos ponemos el mismo perfume por la mañana que cuando salimos por la noche; como, de igual modo, en un momento determinado nos apetece leer una historia y no otra.
Así, en algunas ocasiones, nos apetece aspirar un perfume de notas frescas, florales, cítricas, como  L'eau de cologne, donde las notas de bergamota se propagan por el aire y lo refrescan. Como suspiramos por los libros que se lean rápido y bien, en los que el autor cuenta una historia viva, donde los protagonistas no encontrarán grandes obstáculos que les impidan conseguir sus objetivos. Y si a estas historias, se les  añade un toque romántico, unas notas de rosa o jazmín,  pero sin llegar a lo dulzón que empalague, la historia te anima…

En ocasiones, hueles esa fragancia de siempre, la que no caduca,  la que no declina,  la que no envejece – Chanel nº 5, que hay señoras que lo llevan desde hace más de 60 años-, quizás por esa mezcla de azahar, sándalo, jazmín, rosas, en justas proporciones; o quizás, por qué no, sea su maestría en lograr el equilibro  perfecto entre diálogo y narración, entre descripciones y retratos; por sus innovaciones narrativas que le han valido la admiración de todos; o por sus versos envolventes, vibrantes, apasionados, de significados inmortales, que aguantan los decenios y los hijos de los hijos la siguen, los siguen leyendo porque siempre han estado en la librería,  ya que, un día, en casa alguien también leyó y allí lo guardó hasta que  luego nos habló con pasión de ellos, de ella. Y desde entonces, la, les tienes fervor porque mejor…, ya no se puede. ¡Qué manera de poner las emociones en concreto!, ¡qué manera de seleccionar la mejor palabra del florilegio!, la más expresiva, la más sonora, la que equilibra, la que no rompe, sino armoniza, la que da sentido a  toda la composición!
A veces, suele suceder en ciertos momentos, que quieres volver a comprar un perfume que ya probaste; pero, por arrebatos del destino, cuando lo vas a comprar te dicen que han dejado de hacerlo, que lo han retirado del mercado. Como cuando quieres leer aquel título que te quedó sin leer por aquel tiempo o porque has encontrado unas referencias que aluden a él;  y por más que buscas e indagas ya no hay manera de encontrarlo porque está agotado, la editorial ya no reedita esos títulos, los ha descatalogados; su interés se centra en otro tipo de lecturas, o porque que era una edición limitada hasta final de existencias.

Lo más curioso es cuando vas por la calle y te llega ese bálsamo, ese un aroma que te recuerda a una persona. “Ella olía así”. ¡Era tan agradable  o no el olor que desprendía! Como hay libros que leerías de nuevo y  de otros, ni un resumen.

Luego quedan los ‘vahos’, que los hueles y se esfuman. Sales a la calle, se ventean, y... ya no existen. La loción se ha sido sin deja  sutil estela. El frasco te ha durado un suspiro. Como los libros que los lees y al cabo de poco tiempo, ya ni recuerdas el título, y ¡mira que era un buen tocho y tuvo un éxito llamativo!Estuvo de moda.

Y de tanto en tanto, lo que nos apetece de verdad es cambiar de perfume, cambiar nuestras lecturas; sondear nuevas ventanas que nos transborden del mundo sensible al mundo inteligible y viceversa porque, en esto de las esencias y las cuartillas, nos gusta andar de trajín.






miércoles, 12 de marzo de 2014

DELIBES y LOEWE. EL CAMPO GRANDE y LOS PAVOS REALES


"Y que en las nubes iba un pavo real..." Gabriela Mistral .


Hay tiendas que todavía guardan su alma. En esta época de globalización, donde todo es lo mismo; donde das dos pasos y tres tiendas son de la misma firma y donde todas las tiendas de esa misma firma tienen la misma fachada, la misma entrada, la misma distribución, los mismos escaparates con iguales maniquíes con los mismos gestos y las mismas prendas; no se hace muy ameno deambular por el centro. Sin embargo,  de vez en cuando, también  te encuentras con escaparates que te hacen parar para mirar un ratito lo que allí se exhibe. Y no me estoy refiriendo a lo que está expuesto para comprarlo, que ya es bonito de por sí, sino a lo que lo acompaña: a la esmerada disposición de  los otros elementos que nos susurran lo que, en algún momento, pasó por la imaginación del escaparatista y que tratan de contarnos una historia.

Este es el caso de la casa Loewe que, en sus escaparates de esta temporada, acompaña a sus excelentes y delicadas piezas de marroquinería, unos pavos reales de plumas de intensos colores, casi de tamaño natural, diría yo.
Encontrar  estos escaparates adornados con estos animales, me ha parecido muy llamativo o, si se quiere, de ciertas notas de extravagancia; pero estos pavos reales de Loewe me han hecho pararme y dedicarles un ratito a contemplarlos, al mismo tiempo que  recordaba  los pavos reales de El Campo Grande que, cuando lo cruzo en verano, los sigo con la vista, con la esperanza de ver abiertas sus majestuosas colas.
Pero ahora no es verano, y tal vez por esta razón, me he acordado de mis inviernos de universitaria cuando tomaba este mismo camino, la allée central de El Campo Grande, para ir a coger el autobús, que me llevaba de regreso a casa. Generalmente, lo cruzaba bastante deprisa y casi todos los días, especialmente los días soleados de invierno, a eso de la una, me encontraba con Miguel Delibes que, protegido por su visera, su anorak y su bufanda a cuadros, paseaba por los senderos del parque y se dejaba untar por los rayos de sol que atravesaban el entramado de los regios árboles de este jardín de corte romántico. La primera vez que lo vi, no me podía creer que fuera él; creí que lo estaba confundiendo porque, en esos momentos, era un señor más, un señor como cualquier otro de los que paseaban en aquellas horas; pero  enseguida, me di cuenta de que sí era Delibes quien  pasaba tan cerca de mí.
Alguna vez, pensé pedirle un autógrafo; pero nunca lo hice. Nunca  me decidí a hacer que se parara e interrumpiera su habitual paseo. Nunca me decidí a perder el autobús y tener que quedarme toda la tarde en la capi. Nunca puede dejar de considerarme pequeña a su lado. Sin embargo, todos los días lo buscaba y me alegraba verlo aparecer solo y con paso decidido, por el mismo sendero de la izquierda.
Después, se acabó la universidad - de todo esto hace algunos años- y ya no volví a pasar por allí a esa misma hora en mucho tiempo pero, a menudo,  cuando cruzo de nuevo, El Campo Grande, recuerdo a Miguel Delibes paseando por su ciudad y por el Parque, aunque sé que es imposible volver a encontrarlo.
Y esta se ha convertido en una más de las tantas pequeñas historias que guarda El Campo Grande, y es que, estos viejos árboles siguen cobijando a  gentes de Pucela de todas las ‘alturas’ y sus pavos reales lo festejan, abriendo sus colas multicolores ante el asombro sin rutina de paseantes y transeúntes.


Miguel Delibes 
(Valladolid, 17 de octubre 1920 - 12 de marzo 2010.)



sábado, 1 de marzo de 2014

BOCADILLO AL SOL


Tendría que escribir sobre los dos libros que leí en Navidad y sobre la última película que vi hace dos semanas antes de que se me olviden, pero ahora, me apetece contar algo muy diferente.
Una vez al mes más o menos, al mediodía, tengo un curso que me hace acercarme hasta el barrio antiguo. Andar sus calles llenas de animación, tiene un regusto extraordinario; aquí la vida colorida, cosmopolita  no sale de la calle y no das abasto:
En los balcones, persianas que cuelgan por la baranda, disimulan ropa tendida de cortes dispares, de  hechuras distintas, de  tejidos brillantes.
En las ventanas, cortinas dispuestas de la manera más original, parece que escondan ojos que curiosean en el interrumpido transitar.
En las tiendas de ultramarinos que se prolongan en las aceras, los dependientes de infinitos ojos negros se parecen todos.
Los bares de siempre rotulan más moderno, más limpio, más abierto…
Y, qué decir de las gentes que surgen de los portales, de los callejones y bocacalles e irrumpen en la calzada. Razas, lenguas, religiones y confesiones deambulan por el pavimento sin chocarse, sin salirse del bordillo, sin armar remolinos; solo les roza el aire que comparten.
Cuando llego, a estas calles, es mediodía, bueno las tres de la tarde y como sé que ese día no tendré suficiente rato para sentarme a comer, me preparo un sándwich mixto y despacio, lo voy comiendo por la calle, como los turistas. El otro día, llegué con tiempo y como no había acabado todavía, busqué, antes de subir, un banco para  terminar mi frugal tentempié. Vi uno de varias plazas, pero al acercarme, me di cuenta de que la señora que lo ocupaba, hablaba con su amigo más íntimo; se levantaba y gesticulaba, como si lo tuviera delante. No quise molestar y  la dejé que siguiera con su sostenida conversación, no era plan interrumpirla.
Justo un poco más adelante, había otros dos asientos individuales: uno lo ocupaba un señor, el otro estaba libre y como además, le daba un poquito el sol, me pareció ideal para terminar mi panecillo. Allí me senté y enseguida, el señor del otro banco se puso a hablarme. Dijo algo y luego, uno de tras de otro, un raudal de chistes y chascarrillos, de agudezas y juegos de palabras de los que hacen reír con ganas. Mi espontáneo e inesperado humorista, me preguntó mi nombre; saltaba a la vista que este señor de gafas de miope y visera era de los que les gustaba hablar con la gente, llamarla por su nombre y no solo mirarla. Tan hábil  fue que, sin mucho más esfuerzo, me metí de lleno en un sorprendente e hilarante diálogo y como si las tuviera preparadas para que cayera, le hacía las más ingenuas preguntas; para las que él, satisfecho, tenía las más maravillosas e ingeniosas de las respuestas con mirada y sonrisa socarronas incorporadas porque, debía de saltar a la vista, que algunas de sus cuchufletas no las entendía, por las carcajadas que soltaba yo, que era la que se reía; él, serio como una patata.
Se me hizo breve el tiempo de espera. Le dije que me tenía que marchar, que había sido un bocadillo de lo más agradable y le pregunté cómo se llamaba – Juan María, me respondió-. Me pidió que volviera, le prometí hacerlo, a lo que él, enseguida me corrigió, diciendo que no lo prometiera, que dejara intervenir al azar, al destino.  Así quedamos.
Me despidió con un piropo de los de aúpa, su especial traca final  antes de dejar caer el telón.
Vítores, aplausos y ovaciones para ti, Juan María.

martes, 24 de diciembre de 2013

AQUÍ ESTÁ LA NAVIDAD


Me gustan mucho estos días de Fiestas, siguen teniendo ese gusto de siempre. Las ciudades, los pueblos se vuelven  más acogedores y  da gusto pasear por ellos, a pesar del frío. A cada paso, encuentras motivos que te recuerdan que es Navidad:  la verticalidad de los inmensos  abetos  te acompaña en el deambular por las tiendas en busca del regalo que buscas; al caer la tarde, cuando ya está oscuro, las luces plateadas, magentas, azules metalizados, doradas, verdes esmeralda, iluminan las calles y al mirar a lo lejos se asemejan a una sucesión de estrellas multicolor. Para no desentonar con este marco pre festivo, los escaparates de las boutiques  están en consonancia  con las fechas y se atavían con esplendidos trajes de noche, cajas  doradas con grandes lazos rojos, copas y botellas de champagne para celebrar el año nuevo.
Tampoco los escaparates de las tiendas de ultramarinos  se quedan atrás;  los ágapes familiares dan bastantes quebraderos de cabeza  y para aliviar semejantes cavilaciones, se esfuerzan en ofrecer  un sinfín de productos exquisitos como si se tratara de la última edición de  La mejor selección gourmet en viandas y caldos, que harán las delicias de los paladares de mayor relieve y de los más esplendidos monederos; aunque, en estos días, la comida es la comida y "un día es un día, no vaya a ser que…"
Además de todo esto que está fuera, quedan todavía los anuncios de la Tele, que  veo con gusto. Algunos son bonitos de verdad  tanto los nuevos, que son realmente originales; como los remakes  de los años anteriores que continúan conservando ese gusto por lo que les precedió o incluso los que no son nuevos y se siguen pasando exactamente igual que en ediciones anteriores porque hay productos, por ejemplo algunas colonias, que no son de moda para algunas de las afamadas marcas de ropa.
Todo esto junto, me arranca  momentos de ilusión, de fantasía; despierta mis sueños, despega esperanzas con el único deseo de que se expandan porque, a pesar de que esta es la mejor cara de la Navidad, la  más amable, la más agradable; no quiero dejar de  recordar este año, a amigos y conocidos que, por una cosa u otra, por unas cosas y por otras, pasarán días de media sonrisa.





viernes, 26 de abril de 2013

ENTRE LÍNEAS

Este último Día Internacional del Libro, quería haber ido, como todos los años por la tarde, a perderme por las librerías, por las calles, deambular por la ciudad, mezclarme con las gentes que salen a comprar libros pensando en  ellas mismas o alguien especial al que quieren agasajar con un rato de lectura; pero el trabajo, ¡siempre el trabajo! casi, casi, me vence.  Al final, pude ir, aunque a última hora, un momento por el centro. No iba a comprar nada porque ya había comprado antes, pero me acerqué a las casetas semidesiertas, a penas quedaban  libros, ni autores firmando, ni lectores que hicieran cola para conseguir una dedicatoria. Me fijé en los que firmaban todavía. Que los autores son gente normal una ya se lo imagina, a pesar de que en las solapas de los libros, en sus sitios web, en sus twitters, aparecen estupendos -claro, el maquillaje y el fotoshop hacen milagros-, pero a estas alturas  de la tarde, a los más esculpidos, el fondo oscuro y las luces mortecinas de las casetas, les hacían casi irreconocibles. Los otros  bostezan, hablan alto, no dejan de mirar  sus iphones. El pelo, a estas horas, estaba  lacio de tantos autógrafos y fotos con gente que  se llevaba ese instante. Todos se habían convertido en gentes corrientes. Algún autor conocido quedaba todavía, pero los menos. Los noveles, por el contrario, aguantaban hasta el cierre, a la espera de ese lector rezagado, que con cariño, les contara alguna anécdota entrañable. “Los autores se deben a su público”; oí decir a una autora con una sonrisa, a una señora que se había acercado a saludarla. Y sí, es el público quién les hace alguien.
Hoy, por la calle, me he fijado en las personas con las que me he cruzado y muchas - la mayoría mujeres- iban cargadas con su último libro de la feria. En el autobús, la imagen se repetía, los lectores aprovechaban el trayecto para  comenzar  su nuevo libro; en general, tenían  cara de satisfacción. 
¡Feliz lectura a todos!

jueves, 14 de febrero de 2013

NOCHES DE LIGNITO


El viento frío hacia desapacible caminar por las calles esta tarde noche de la Saint Valentin. Las copas de los árboles se agitaban frenéticas, como sacudiéndose el escozor de este frescor invernal. Los gorros de los caminantes se sujetaban con mano firme. Las bufandas, bien anudadas  al cuello, escondían los rostros.
Sin embargo, en uno de los bancos de la avenida, el ardor de los besos de una pareja de adolescentes desafiaba el rigor del termómetro de esta noche  tan destemplada. – No hay nada como ser jóvenes para vivir, en la intemperie, la dulzura de unos besos que hacen subir la temperatura corporal varios grados. Nada está ya destemplado y el resto…, el resto no existe.

Unos bancos más adelante, sin dar tiempo a que la sonrisa desapareciera de mis labios, una joven veinteañera solitaria hablaba por teléfono. De repente, alzó la voz: - ¡Basta ya David! ¡Yo no puedo vivir así!- Aquí, la armonía se había roto, la cosa pintaba fea y bien fea que se puso, porque un par de metros más adelante; la joven se puso a gritar. No con esos gritos agudos y ácidos de la rabia, sino con gritos hondos, ahogados por las tristezas. Gritos de desesperación por querer hacerse comprender. Gritos que suplicaban consuelo a tanta pena, a tanta desolación. Gritos lanzados al anonimato de la noche oscura y desangelada de la ciudad. Gritos que ni siquiera el tráfico pudo enmudecer. Gritos que rebotaron en los troncos de los árboles como una carambola. ¡Basta ya David! – transportaba el viento como motas de polvo en suspensión.

En estos momentos, a esta desconsolada chica ni le pasaba por la cabeza que si nadie puede obligarnos a amar a alguien, nosotros tampoco podemos obligar a nadie a que nos ame y que, en ocasiones, el amor lastima, que el amor rasga y a veces quebranta. Que el amor no siempre es compartido, que el amor no siempre es comprendido, que el amor no siempre es generoso, ni servicial, que tiene límites, que irrita el alma, que produce bajeza, que nada soporta, que pasa o que no llega.

El desespero de la chica era grande; quizás el de David también. ¿Cómo decirle que lo que ella quiere, lo que ella espera; él no quiere, no  puede  o simplemente no sabe cómo dárselo y que prefiere no seguir? ¿Cómo hacérselo entender sin que les duela?

Y ahora que la ciudad se ha vestido de corazones por  San Valentín, a lo mejor este día, esta chica como otras personas piensen que, a pesar de que hablemos todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, a pesar de tener el don de la profecía y conocer todos los misterios y toda la ciencia, a pesar de haber aspirado a los dones más perfectos, que si no tenemos amor, no seremos una campana que resuene o un platillo que retiña.

Tal vez, merezca la pena recordarle, recordarnos  que los sentimientos duran lo que duran las circunstancias que los originaron y que las circunstancias cambian. Por eso, por mucho que ahora sufra, que no olvide que muchos otros corazones de diversas formas y  colores la aguardan, aunque ahora no lo crea, porque...:   Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar.



¡Feliz San Valentín para todos!

jueves, 22 de noviembre de 2012

EN VILLE... CSI



A la espera de que el semáforo se ponga verde para los peatones. A mi izquierda, dos repartidores con sus respectivas carretillas con grandes bultos. Se pone verde y justo en el momento de empezar a cruzar, un coche se salta el semáforo.

- ¡Eeeeh!, pero, ¡¿esto qué es?! Los has visto, ¿eh?.- Al mismo tiempo empezamos a cruzar-.

- Pero, ¿Adónde vaaan…? Mira los ¡Pasan en rojo y sin luces!

- ¡Eeeh!, pero, ¡no habéis visto que está rojo! Pero dónde se habrá visto otra igual. – siguen con sus quejas en voz alta. - ¡Vaya cara, vaya cara!

Seguimos cruzando y sigue la indignación de buen tono. Nadie les contesta ni se une a sus protestas.


- Claro, claro, como ellos son la autoridad – miro y me doy cuenta de que el coche al que se referían era de la guardia urbana – ¡Serán frescos!

- Pues hay que ver, ¡qué cara tienen!

- Nada.., mira tú…, a estos…, a estos, nadie les pone una multa; vamos que ni el mismísimo C.S.I. los tose!

Risas  abiertas de los transeúntes que cruzábamos con ellos.

sábado, 29 de septiembre de 2012

MELODÍA DE UN DÍA DE LLUVIA

Todo lo que vive no vive solo, no para sí mismo. William Blake.


Tal vez sea hoy cuando la nueva estación haya decido mostrarse. No hay apenas luz, parece más pronto de lo que en realidad es. Los tonos matinales se hacen  extraños: está muy nublado. Las nubes se van cerrando si cabe aún un poco más. No se tarda en oír el repique de las gotas en los cristales. El otoño se presenta  esta mañana con lluvias generosas. Ya no hay prisa para nada, el ritmo lo marca el sonido del crecido pero sosegado aguacero. El trajín de sábado por la mañana se aplaca. La casa se ha despertado lacia.  La flor del Lis del jarrón está mustia, aunque todavía conserva su color.
El sonido de la lluvia me reclama los sutiles acordes de la música de G. Fauré que me traen a la memoria el “concierto d’amis” de Miguel Ángel Estrella, pianista excepcional  y embajador argentino ante la UNESCO que no cesa en su afán de acercar la música clásica a las clases sociales más desfavorecidas. De aquella tarde, recuerdo la delicadeza de las piezas elegidas y la afabilidad del intérprete que, desde el cercano escenario, preguntaba a los espectadores conocidos por amigos comunes y  también que, después de cada pieza, contaba una anécdota que tenía que ver con algún concierto que había dado en algún pueblecito perdido de la Pampa, del Llano o de la Montaña. Se recreaba en los detalles como lo hacen las personas que saben que es ahí, en los sencillos detalles donde la vida y el hombre se manifiestan, donde los hombres y sus vidas nos sorprenden y se hacen perdurables.
Durante los afanes de esta parda mañana de inicio de otoño, la música de ensueño, de rebeldía, de amor y muerte… de paz de Fauré se ha reuniendo con la perseverante lluvia.