"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









lunes, 3 de febrero de 2020

CUANDO SUENAN LAS CAMPANAS


https://www.milenio.com/cultura/unesco-piden-sonido-campanas-patrimonio-humanidad.
https://www.hispanianostra.org/

Esta noticia me encantó y empecé una entrada que termino hoy, que tengo tiempo. La noticia me gustó mucho porque me hizo recordar mi infancia.  Yo viví en un pueblo pequeño al que no he dejado de ir y luego en otro más grande. En el pueblo de mi infancia, aprendí a diferenciar qué significaban las diferentes maneras de tocar.
Mi pueblo es famoso por la calidad de sus campanas,  que se oyen por todo el pueblo. Las campanas y su toque rige el horario de los vecinos, sobre todo el de los domingos, por los tres toques de campanas para la misa: primeras, segundas y campanadas. Con las campanadas, el cura está ya saliendo de la sacristía y tiene diez pasos hasta el altar, por eso, cuando tocan primeras, todo el mundo deja de hacer lo que hacía y se concentra en arreglarse para no llegar tarde a misa, no se ve bien ser impuntual, las pisadas retumban  en el suelo de tarima.

En mi otro pueblo, también oía unas campanas, las campanas del convento de clausura de las clarisas. Tocaban al alba, creo que era a las seis. Ya las oía  desde mi cama y eso que, al menos, hay tres kilómetros desde mi casa al convento, pero en el silencio de las noches, el sonido de la pequeña campana que llamaba a los rezos a las monjas, llegaba lejos, llegaba hasta mi casa, yo la oía, a esas horas ya estaba despierta porque me  levantaba temprano para estudiar.  En la tranquilidad de la noche, su sonido me recordaba la hora que era y me sentía acompañada, a pesar de que sabía que mis padres, especialmente mi madre, no estaba del todo dormida. Era ella la que me despertaba a la hora que yo le pedía para ponerme a estudiar. Me despertaba llamándome, casi siempre la oía a la primera, aunque, alguna vez tuvo que insistir e incluso se tuvo que levantar y subir al piso de arriba que era donde yo dormía, por esto  yo dormía con la puerta de la habitación abierta, para oírla mejor. Nunca necesité despertador y nunca me volví a dormir una vez despierta. A las siete, se levantaba mi padre, subía a saludarme y cerraba la puerta. Yo, después, no tardaba mucho en levantarme, hacia las ocho. ¡cuántas noches de estudio y qué pocas horas de sueño!
Ahora ya no están las mojas en el convento pero, desde que vivíamos más en el centro, desde casa, se oyen las campanas y sobre todo, el reloj de Santa María que da las horas y los cuartos. Lo  oía y escuchaba cuando me desvelaba y, para aprovechar me ponía a leer.
Aquí en la gran ciudad, también oigo las campanas del reloj de la SF o de la basílica. Cuando las oigo por la calle, aminoro la marcha y a pesar del tráfico, las reconozco. Me gusta escucharlas, es como que te retumban dentro.

En Francia, cuando estuve un curso en Béthune, el colegio en el que me alojé estaba cerca de la Grand Place y allí está le Beffroi que también tenía campanario (no me olvido de cuando lo decoraban con  las enormes banderas de Flandes que tanto me gustan). En la región de Nord-Pas de Calais, los beffrois son muy propios del paisaje y cuentan con maestros en tocar los carrillones.

Otra vez me acuerdo de mi vida pasada. No sé cómo, a veces, pienso que he tenido una vida anodina, si he hecho muchas cosas, he vivido en varios sitios. Sin embargo, todo eso ha influido poco en mi manera de ver el mundo, Sigo siendo ingenua, sigo creyendo en la vida, sigo teniendo esperanzas para un mundo mejor y sigo creyendo en la bondad de las personas. Y yo continuo pensando en muchas personas, ahora que no sé cuántos días tendré reservados. 



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