"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









lunes, 22 de abril de 2013

LIENZOS Y PERGAMINOS

Últimamente, oigo  con cierta frecuencia, a personas de opinión de diferentes ámbitos definir a una persona por lo que dice, lo que hace, lo que come, lo que bebe, por cómo se viste…. Es cierto, pero yo añadiría que también uno es lo que lee. Los libros acaban formando parte de nosotros mismos, porque, aunque descansan en las estanterías de las bibliotecas de nuestras casas, nuestros libros, nuestras lecturas los llevamos puestos, como llevamos puestas las prendas de vestir pero, a diferencia de la ropa, estos no se ven a primera vista. Sin embargo, si echamos un vistazo a nuestro armario y a nuestra librería, podemos llegar a descubrir cuántas similitudes hay entre ambos, tantas que hasta nos sorprendamos.


Y así, al abrir de nuevo el armario, lo primero que salta a la vista son las prendas de temporada que compramos porque se llevan, porque nos hacen ir a la moda, son resultonas, al menos, en los maniquíes, aunque puede que no sean de mucha calidad. Como también lo son, de manera general, los libros de escritores populares que siempre tienen un gran éxito editorial, o las trilogías de turno, libros que compramos porque los hemos visto en los escaparates de las grandes librerías o tenemos referencias de prensa. Libros que todo el mundo lee, de los que todo el mundo habla y que nosotros, acabamos cargando un poco por inercia o simplemente para poder opinar también, a pesar de que intuimos que no nos van a llenar del todo, que no son del todo nuestro estilo y con los que no vamos acabar de coincidir.

Después, y a un lado del ropero, tropezamos con las prendas de fondo de armario. Aquellos vaqueros, aquella camiseta, aquel vestido, aquel pantalón negro o aquel jersey de angora, que aguantan el uso y el paso del tiempo sin lastimarse y de las que no nos desprendemos porque nos sientan como un guante desde el primer momento en el que nos los pusimos y con los que nos encontramos asombrosamente bien. Prendas que guardamos de temporada en temporada, que nos sacan de tantos y tantos apuros, especialmente cuando no sabemos qué ponernos en el día a día o en una ocasión especial: son los clásicos de nuestro armario; como lo son los CLÁSICOS con mayúsculas de nuestra librería. Obras y autores que aparecen en todos los manuales de historia de la literatura y que siempre están de actualidad o a los que nosotros hemos convertido en nuestros clásicos; obras de nuestros escritores favoritos, que un buen día descubrimos y que independientemente de nuestro estado de ánimo, siempre nos apetece leer puesto que nunca nos defraudan y a los que recurrimos para releer todo o en parte ya que los hemos hecho nuestros; es como si formasen parte de nosotros mismos, al haber simultaneado lectura y experiencias vitales, o porque consiguen que hurguemos en nuestras raíces más profundas. Son esos libros que nos reconfortan y que colaboran a sacudir el embrutecimiento que se nos va pegando en el día a día.

Seguimos sorteando paños, y rozamos con los que tenemos resguardados en fundas. Prendas especiales, que hemos comprado en tiendas de algún conocido modisto para una ocasión especial y que nos dan ese toque pijín que también nos gusta; igual que tenemos libros de afamadas y solventes casas editoriales: Galaxia Gutenberg, Bibliothèque de La Pléiade,… que recogen las obras completas de un gran autor o que conmemoran alguna efeméride; volúmenes que dan un ligero toque de distinción a nuestras repisas y nos dan permiso para entrar en el círculo escogido de los intelectuales, aunque sea por la puerta de atrás..

Continuamos removiendo trajes hasta encontrarnos con las prendas-joya; prendas que heredamos, que guardamos como oro en paño en cajas envueltas con papel de seda y jabón de olor porque el paso del tiempo las ha hecho frágiles; del mismo modo que a los ejemplares de ediciones antiguas, que nos produce cierto desasosiego abrir y pasar las hojas por temor a que se rasguen.

Y al fondo o no tanto, tropezamos con las prendas que compramos un día, no sabemos muy bien por qué y que luego nunca nos hemos puesto, porque no nos pegan con nada o porque no nos quedan como nos gustaría; como tenemos libros que descansan en las estanterías años y años, libros que nunca hemos leído e incluso ni siquiera hemos hojeado por curiosidad.
Junto a todas estas, recordamos la estela del traje que ha tenido un paso efímero por nuestro armario, que nos lo prestaron para un día concreto, nos sacó del apuro, nos ahorró el tiempo y el dinero de ir a comprarlo, nos gustó, nos quedaba bien;  igual que la traza que dejan, en la mesita de noche, los libros que sacamos de las bibliotecas o que nos presta algún amigo y que al cabo de un tiempo, devolvemos, a veces, sin pena ni gloria y otras, los acabamos comprando porque nos apetece tenerlos al alcance de las manos.

En fin, paños y papiros, hatos y libros que dicen tanto de nosotros como otros tantos y tantos hilvanes que nos identifican y que, por supuesto, marcan diferencias, que no tendencias.

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