"EL SABER SE DEBE TANTO AL INGENIO COMO AL GUSTO."









viernes, 12 de octubre de 2018

EN UNA NIEBLA DE OTOÑO

“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.


No es la primera vez que se me olvida llevar encima papel para escribir por lo  que tengo que  tomar notas en la bolsa para el mareo del avión y aquí estoy, escribiendo sobre este papel satinado que resbala un poco.Hace mucho que no escribía en el avión, pero en esto tienen que ver las emociones que se desatan cada vez que me tengo que marchar, o cada vez que tengo que volver y también  por lo aleatorio del asiento, hoy me ha tocado ventanilla. Hacia bastante tiempo que  el azar no me colocaba en ventanilla   y más aún, en un vuelo de día esplendoroso en las alturas por lo que los rayos del sol entraban oblicuos e incidían directamente sobre la mesita del asiento. ¡Quién diría que vería el sol al cabo de unas horas! El día  había levantado con una espesa niebla que no dejaba ver la torre de Santa María mi punto de referencia desde la ventana de mi habitación; y es que el otoño es curiosamente sorprendente. Ayer hizo un día maravilloso, ¡sobraban las chaquetas!, el sol generoso calentaba con brío todavía, el paseo por el canal, delicioso, bajo los chopos con su cromatismo de ocres.
Sin embargo, esta mañana, la niebla fue ganando terreno horas antes del amanecer y a la primeras luces del alba se tragado la torre de Santa María, la de Santiago y la de Santa Cruz sin grandes ademanes y, con ellas, todo lo demás. La niebla de Medina es ley severa.
A pesar de la cara del tiempo, no pude resistir salir a pasear, esta vez, por el pueblo; los soportales, el Parque, el Paseo cuyos llorones sauces, lánguidos, soportan sus pesadas ramas colmadas por las gotas de rocío. ¡Cómo me gusta esa sensación de fresco en las mejillas y en las manos! Hice fotos, fotos de sitios que hasta ahora no había pensado que fueran objeto de mi cámara. Se fueron pasando los minutos, no encontré a casi nadie, era un poco pronto.Volví a casa, terminé de preparar el equipaje. Cerré la puerta y salí. La sensación de frío era mayor que antes, la gente llegaba de correr o de dar el paseo matutino con la cara roja de frío.
Llegué a la estación de autobuses y, por esta vez, la silueta de la torre de Santa María  que me despide siempre, solo se podía adivinar entre la muselina de niebla.
Cuando nos alejábamos del pueblo, la niebla persistía y daba un color grisáceo a la pajas de los campos que todavía no habían sido violentados para la siembra. Al subir para el  páramo, el espectáculo fue otro: estaba empezando a despejar a corros y, a corros, las reverberaciones, los rayos del sol se empezaban a filtrar por sus choques con las  densas gotas de agua de la bruma. Era bonito. Poco a poco, a medida que nos íbamos acercando al aeropuerto, el cielo azul  iba ganado enteros a los reflejos de luces que parecían manar, en vertical, de la tierra, de los cavones.  A la niebla  no le quedaba otra que marchar aguda a otras parcelas. El sol se fue asentando en el horizonte y el puro azul ocupó el cielo al completo. ¡Qué bonita mañana de contrastes!

*** Quiero mantener el recuerdo de mi madre, cuando me acompañaba a la estación de autobuses para compartir todavía unos minutos más y despedirnos otra vez desde allí. ¡Qué duro era dejarla allí!, pero siempre me animaba ver como cualquier persona del pueblo la saludaba y hablaba con ella, al menos ese rato hasta que arrancaba el autobús. A veces, la vía irse con su bastón, sola por la acera de la carretera. Mi vida ha sido una vida de partida, siempre yendo a otro lugar dejando a las personas queridas en Medina. 


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