El viento frío hacia desapacible caminar por las calles esta tarde noche de la Saint Valentin. Las copas de los árboles se agitaban frenéticas, como sacudiéndose el escozor de este frescor invernal. Los gorros de los caminantes se sujetaban con mano firme. Las bufandas, bien anudadas al cuello, escondían los rostros.
Sin embargo, en uno de los bancos de la avenida, el ardor de los besos de una pareja de adolescentes desafiaba el rigor del termómetro de esta noche tan destemplada. – No hay nada como ser jóvenes para vivir, en la intemperie, la dulzura de unos besos que hacen subir la temperatura corporal varios grados. Nada está ya destemplado y el resto…, el resto no existe.
Unos bancos más adelante, sin dar tiempo a que la sonrisa desapareciera de mis labios, una joven veinteañera solitaria hablaba por teléfono. De repente, alzó la voz: - ¡Basta ya David! ¡Yo no puedo vivir así!- Aquí, la armonía se había roto, la cosa pintaba fea y bien fea que se puso, porque un par de metros más adelante; la joven se puso a gritar. No con esos gritos agudos y ácidos de la rabia, sino con gritos hondos, ahogados por las tristezas. Gritos de desesperación por querer hacerse comprender. Gritos que suplicaban consuelo a tanta pena, a tanta desolación. Gritos lanzados al anonimato de la noche oscura y desangelada de la ciudad. Gritos que ni siquiera el tráfico pudo enmudecer. Gritos que rebotaron en los troncos de los árboles como una carambola. ¡Basta ya David! – transportaba el viento como motas de polvo en suspensión.
El desespero de la chica era grande; quizás el de David también. ¿Cómo decirle que lo que ella quiere, lo que ella espera; él no quiere, no puede o simplemente no sabe cómo dárselo y que prefiere no seguir? ¿Cómo hacérselo entender sin que les duela?
Y ahora que la ciudad se ha vestido de corazones por San Valentín, a lo mejor este día, esta chica como otras personas piensen que, a pesar de que hablemos todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, a pesar de tener el don de la profecía y conocer todos los misterios y toda la ciencia, a pesar de haber aspirado a los dones más perfectos, que si no tenemos amor, no seremos una campana que resuene o un platillo que retiña.